viernes, 26 de noviembre de 2010

EL TERMINO AMERICICA LATINA

El término América Latina o Latinoamérica (en portugués: América Latina; en francés: Amérique Latine) tiene varios usos y connotaciones divergentes:[3]

El uso que restringe la denominación a los países de habla española y portuguesa, excluyendo a las regiones de habla francesa, hace al término sinónimo de Iberoamérica, propugnado más bien por España, pero de uso restringido en los propios países latinoamericanos a los casos en que se refieren a su relación con la Península.
La definición según la cual a los países de habla española y portuguesa se le añaden los territorios de lengua francesa de América, particularmente los caribeños (es decir, Haití, la Guayana francesa, Clipperton, Martinica, Guadalupe, y las demás dependencias francesas del Caribe), refiriéndose, por tanto, a 21 países y 7 dependencias donde tiene oficialidad una lengua latina.
El sentido literal del término América Latina, aunque usado minoritariamente, designa a todo país y territorio de América donde alguna de las lenguas romances sea lengua oficial. De acuerdo con esta definición, «Latinoamérica» incluye no solo a los países de habla española y portuguesa, sino también a los países (como Haití) y territorios del continente donde se hable francés (como las provincias canadienses de Quebec, Nueva Escocia y Nuevo Brunswick; el estado estadounidense de Luisiana; la colectividad de ultramar francesa de San Pedro y Miquelón, la Guayana Francesa, Martinica, Guadalupe, y todas las demás dependencias francesas en América). Por último, en algunos estados de EE.UU. el español es oficial (como en Nuevo México) o de uso dominante (como en Florida, Texas, Arizona, California, etc.), perdiendo utilidad práctica.
La designación no se aplica en ninguno de los casos a los países de lengua no latina de América del Sur (como Surinam y Guyana), el Caribe (decenas de islas de habla inglesa y holandesa), o América central (como Belice, que tiene al inglés como idioma oficial).
En la jerga internacional geopolítica, es común usar el término compuesto América Latina y el Caribe para designar todos los territorios del Hemisferio Occidental que se extienden al sur de los Estados Unidos, incluyendo los países de habla no latina.

Los países que integran Latinoamérica comparten algunas similitudes culturales, por haber sido territorios coloniales de España, Portugal y Francia. Entre ellos se observan también grandes variaciones lingüísticas, étnicas, sociales, políticas, económicas y climáticas, por lo que no se puede hablar de un bloque uniforme
Superficie 21.069.501 km²
Población 569.000.000 hab.
Gentilicio Latinoamericano/a
Países Argentina: Bolivia Brasil Chile Colombia Costa Rica Cuba Ecuador El Salvador Guatemala Haití Honduras México Nicaragua Panamá Paraguay Perú República Dominicana Uruguay y Venezuela
Dependencias De Francia: Clipperton Guadalupe Guayana Francesa Martinica San Bartolomé San Martín San Pedro y Miquelón
De Estados Unidos: Puerto Rico
Idiomas regionales: Náhuatl, Portugués, Español, Francés, Quechua, Guaraní, Aimara, Neerlandés

EL ALBA: Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América: Los nuevos miembros, Antigua y Barbuda, Ecuador, San Vicente, las Granadinas, Cuba y Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Honduras

UNASUR: UNASUR Unión de Naciones Sudamericanas, está integrada por:

Miembros de la Comunidad Andina (CAN)
Bolivia Colombia Ecuador Perú
Miembros plenos y Candidatos del Mercado Común del Sur (Mercosur)
Argentina Brasil Paraguay Uruguay Venezuela
Miembros sudamericanos de la Comunidad del Caribe (CARICOM); Guyana Surinam
Otros miembros. Chile

QUE ES AMERICA LATINA

Rouquié, Alan.
AMÉRICA LATINA.
Introducción al Extremo Occidente.
Ed. Siglo Veintiuno.
Primera edición. México, 1989.


¿Qué es América Latina?

Puede parecer paradójico comenzar a hablar de un "área cultural" mencionando la precariedad de su definición. Por singular que pueda parecer, el concepto mismo de América Latina representa un problema. No es inútil pues intentar precisarlo, recordar su historia y hasta criticar su uso. De empleo corriente hoy en la mayoría de los países del mundo y en la nomenclatura internacional, no tiene todo el privilegio del rigor. Un poco al estilo del más reciente y muy ambiguo "Tercer Mundo", ese término a veces parece ser fuente de confusión más que instrumento de delimitación preciso.
¿Qué se entiende geográficamente por América Latina? ¿El conjunto de los países de América del Sur y América Central? Desde luego, pero según los geógrafos México pertenece a América del Norte. ¿Quizá para simplificar debemos conformarnos con englobar bajo esta denominación a las naciones al sur del río Bravo? Pero entonces habría que admitir que Guyana y Belice donde se habla ingles y el Surinam de habla holandesa forman parte de América Latina. A primera vista se trata de un concepto cultural. Y nos inclinaríamos a pensar que cubre exclusivamente las naciones de cultura latina de América. Ahora bien, aunque con Quebec, Canadá sea infinitamente más latina que Belice y tanto como Puerto Rico, estado libre asociado de Estados Unidos, nunca nadie ha pensado incluirlo, ni siquiera al nivel de su provincia franco hablante, en su subconjunto latinoamericano.
Más allá de estas imprecisiones, podríamos pensar en descubrir una identidad sub continental fuerte, tejida de diversas solidaridades, ya sea que se refieran a una cultura común o a vínculos de otra naturaleza. Sin embargo la diversidad misma de las naciones latinoamericanas, amenaza con menospreciar esta justificación. La escasa densidad de las relaciones económicas, y hasta culturales, de naciones que durante más de un siglo de vida independiente se volvieron la espalda mirando deliberadamente hacia Europa o América del Norte, las enormes disparidades entre países -ya sea desde el ángulo del tamaño como del potencial económico o del papel regional-no favorecen una real conciencia unitaria, a pesar de las oleadas de retórica obligada que este tema no deja de provocar.
Por eso uno se interroga sobre la existencia misma de América Latina. De Luis Alberto Sánchez en Perú a Leopoldo Zea en México, los intelectuales se han planteado la cuestión sin dar respuesta definitiva. Lo que está en tela de juicio no es sólo la dimensión unitaria de la denominación y la identidad que encierra frente a la pluralidad de las sociedades de la América llamada latina. En efecto, en ese caso, para poner el acento en la diversidad y evitar cualquier tentación generalizante, bastaría con eludir la cuestión hablando, como por lo demás se ha hecho, de "Américas latinas". Este término tiene la ventaja de reconocer una de las dificultades, pero al precio de acentuar la dimensión cultural. Ahora bien, también plantea un problema.

¿Por qué latina?

¿Qué abarca esta etiqueta ampliamente aceptada hoy? ¿De dónde viene? Las evidencias del sentido común desaparecen pronto en el caso de hechos sociales y culturales. ¿Son latinas esas Américas negras descritas por Roger Bastide? ¿Latinas la sociedad de Guatemala donde el 50% de la población desciende de los mayas y habla lenguas indígenas, y la de las sierras ecuatorianas donde domina el quechua? ¿Latino el Paraguay guaraní, la Patagonia de los agricultores galeses, la Santa Catarina brasileña poblada de alemanes así como el sur chileno? En realidad se hace referencia a la cultura de los conquistadores y de los colonizadores españoles y portugueses para designar formaciones sociales de componentes múltiples. Se comprende así a nuestros amigos españoles y muchos otros que hablan más fácilmente de América hispana, y hasta, para no ignorar el componente de habla portuguesa del que es heredero el gigantesco Brasil, de Iberoamérica. En efecto el epíteto latina tiene una historia aun cuando Haití, franco hablante en sus élites, puede hoy servir de coartada: aparece en Francia bajo Napoleón III, vinculado al gran designio de "ayudar" a las naciones "latinas" de América a detener la expansión de Estados Unidos. La desafortunada locura mexicana fue la realización concrete de esta idea grandiosa. La latinidad tenía la ventaja, al borrar los vínculos particulares de España con una parte del Nuevo Mundo, de dar a Francia legítimos deberes para con esas "hermanas" americanas católicas y romanas. Esa latinidad fue combatida por Madrid en nombre de la hispanidad y de los derechos de la madre patria, donde el término América Latina sigue sin tener derecho de ciudadanía. Estados Unidos, por su parte, opuso el panamericanismo a esa máquina de guerra europea antes de adoptar esa denominación vertical conforme a sus propósitos y que contribuyó a propagar.
Esa América conquistada por los españoles y los portugueses es bastante latina, al menos hasta 1930 en la formación de sus élites donde la cultura francesa reina exclusivamente. ¿Quiere esto decir que esa América sólo es latina por sus "preponderantes" y sus oligarquías, que la América del primer ocupante y de los de abajo que sólo recoge migajas de latinidad y resiste a la cultura del conquistador representa por sí solo la autenticidad del subcontinente? Los intelectuales de la década de los treinta, particularmente en los países andinos, que descubrían al indígena olvidado, desconocido, lo creyeron. Haya de la Torre, poderosa personalidad política peruana, propuso incluso una nueva denominación regional: "Indoamérica". Tendrá menos éxito que el indigenismo literario en el que se inscribe o el partido político de vocación continental al cual Haya dio origen. El indio no tiene mucho éxito en América ante las clases dirigentes. Marginado y excluido de la sociedad nacional, es culturalmente minoritario en todos los grandes estados e incluso en los de viejas civilizaciones precolombinas y de fuerte presencia indígena. Así, según el último censo (1980), de 66 millones de habitantes sólo había en México 2 millones de no hispanohablantes y menos de 7 millones de mexicanos que conocían una o varias lenguas indígenas. Podemos seguir soñando, con Jacques Soustelle, imaginando un México "que a semejanza del Japón hubiera podido conservar en lo esencial su personalidad autóctona sin dejar de introducirse en el mundo de hoy". No fue así, y ese continente está condenado al mestizaje y a la síntesis cultural.
No obstante, incluso en los países más "blancos" la trama indígena jamás está totalmente ausente y participa claramente en la conformación de la fisonomía nacional. Esa América, según la expresión de Sandino, es "indolatina".
Si bien la definición latina del subcontinente no abarca integral ni adecuadamente realidades multiformes y en evolución, no por ello podemos abandonar una etiqueta evocadora retomada hoy por todos y particularmente por los propios interesados ("nosotros los latinos"). Esos señalamientos tenían por único objetivo subrayar que el concepto América Latina no es ni plenamente cultural ni solamente geográfico. Utilizaremos pues ese término cómodo, pero con conocimiento de cause, es decir sin ignorar sus límites y sus ambigüedades. América Latina existe, pero sólo por oposición y desde fuera. Lo cual significa que los "latinoamericanos" en cuanto categoría no representan ninguna realidad tangible más allá de vagas extrapolaciones o de generalizaciones cobardes. Lo cual significa también que el término posee una dimensión oculta que complete su acepción.

Una América periférica. . .

A primera vista, nos hallamos frente a una América marcada por la colonización española y portuguesa (y hasta francesa en Haití) que se define por contraste con la América anglosajona. Así pues allí se habla español y portugués en lo esencial, a pesar de florecientes culturas precolombinas y hasta de núcleos inmigratorios recientes más o menos bien asimilados. Sin embargo la ausencia de Canadá (a pesar de Quebec) en ese conjunto y el hecho de que organismos internacionales como el SELA o el BID incluyan entre los estados latinoamericanos a Trinidad y Tobago, Las Bahamas y Guyana dan al perfil de la "otra Arnérica" una innegable coloración socioeconómica y hasta geopolítica.
Todas esas naciones, cualesquiera que sean su riqueza y su prosperidad, ocupan en efecto el mismo lugar en la discrepancia Norte-Sur. Aparecen en vías de desarrollo o de industrialización y ninguna forma parte del "centro" desarrollado. Dicho de otra manera, esos países se inscriben entre los estados de la "periferia" del mundo industrial. Pero tienen por añadidura varias particularidades comunes.
Todos dependen históricamente del mercado mundial como productores de materias primas y de bienes alimentarios (en ello el estaño de Bolivia no es diferente de la nuez moscada de Granada), pero igualmente del "centro", que determina las fluctuaciones de precios, les proporciona tecnología civil y militar, los capitales y los modelos culturales. Notable particularidad e innegable factor de unidad, todos esos países situados en el "hemisferio occidental" se hallan a diversos niveles en la esfera de influencia inmediata de la primera potencia industrial del mundo que es también la primera nación capitalista. Peligroso privilegio que ninguna otra región del Tercer Mundo comparte. A este respecto, los 3 000 kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos constituyen un fenómeno único. La famosa "cortina de tortillas" que fascina a millones de mexicanos candidatos a la inmigración clandestina en el país más rico del planeta, forma una línea de demarcación a la vez cultural y socioeconómica excesivamente cargada de valor simbólico.
Quizá podríamos clasificar entre las naciones latinoamericanas a todos los países del continente americano en vías de desarrollo, independientemente de su lengua y su cultura, tan cierto es que a nadie se le ocurriría incluir en la opulenta América anglosajona a las Antillas anglohablantes o a Guyana. Tan cierto es también que en esa zona la política domina mucho más que la geografía-¿acaso el presidente Reagan no incluyó recientemente, en nombre de los eventuales beneficiarios de su iniciativa de la Cuenca del Caribe (Caribbean Basin Initiative), a El Salvador que sólo tiene fachada marítima en el Pacífico? En todo caso, ¿por qué no seguir a quienes, haciendo a un lado la geografía, proponen llamar "América del Sur" a la parte "pobre" y no desarrollada del continente ?

...que pertenece culturalmente a Occidente

Con relación al resto del mundo en desarrollo la singularidad del subcontinente "latino" también es flagrante. Forma parte, para emplear la frase de Valéry, de un mundo "deducido": una "invención" de Europa que por la conquista entró a la esfera cultural occidental. Las civilizaciones precolombinas, en crisis para algunos en el momento de la llegada de los españoles, no resistieron en efecto a los invasores que impusieron sus lenguas pero también sus valores y religión. Los propios indígenas y los africanos llevados como esclavos a ese "Nuevo Mundo" adoptaron bajo diversas formas sincréticas la religión cristiana. Brasil es hoy la primera nación católica del mundo. Todo ello da a la región un lugar aparte en el mundo subdesarrollado. Por ello América Latina aparece como el Tercer Mundo de Occidente o el occidente del Tercer Mundo. Lugar ambiguo si así puede decirse en el que el colonizado se identifica con el colonizador.
Así pues, no podría sorprendernos que el conjunto de los países latinoamericanos haya propuesto en la ONU, en 1982, contra el sentir de los países afroasiáticos recién descolonizados, que la organización internacional celebre a Cristóbal Colón y el "descubrimiento" de América. A diferencia de África o Asia, ¿acaso ese continente no es una provincia a veces lejana, cierto, pero siempre reconocible, de nuestra civilización, que ha ahogado, ocultado, absorbido los elementos culturales y étnicos preexistentes?
Ese carácter "europeo" de las sociedades de América Latina tiene consecuencias evidentes sobre el desarrollo socioeconómico de los países involucrados. La continuidad con Occidente facilita los intercambios culturales y técnicos que no tienen nir¦gún obstáculo lingüístico o ideológico. La fluidez de las corrientes migratorias del Viejo Mundo al Nuevo ha multiplicado las transferencias de conocimientos y capitales. Asimismo las naciones de América Latina aparecen en la estratificación internacional como una especie de "clase media", o sea en una situación intermedia. Entre las naciones en transición sólo una, Haití, pertenece al grupo de los países menos avanzados (PMA), en compañía de numerosos compañeros de infortunio asiáticos y africanos (pero con un ingreso per cápita igual a más del doble del de Chad o Etiopía). La mayoría de los grandes países de América Latina tienen economías semiindustriales (dada que la industria entra en un 20 o 30% en la composición del PNB) y los tres grandes, Brasil, México y Argentina, se sitúan entre los nuevos países industrializados (los NIC de la nomenclatura de la ONU). Los indicadores de modernización colocan a Brasil, México, Chile, Colombia, Cuba y Venezuela por encima dé los países africanos y de la mayoría de las naciones de Asia (salvo las ciudades-estados). A este respecto Argentina y Uruguay se hallan entre los países avanzados.
Si más allá de esos grandes rasgos, se buscan los factores de homogeneidad de un conjunto que no es ni Occidente ni el Tercer Mundo, pero que a menudo aparece como síntesis o yuxtaposición de los dos, nos damos cuenta de que casi todos proceden del exterior del subcontinente, sobre todo si volvemos a una acepción restrictiva de América Latina, es decir esencialmente cultural y clásica: Las antiguas colonias de España y Portugal en el Nuevo Mundo.

Paralelismo de las evoluciones históricas

Si bien la existencia de una América Latina es problemática, si la diversidad de las sociedades y las economías se impone, si la separación de las diferentes naciones es un elemento básico de su funcionamiento, no por ello deja de ser cierto que una relativa unidad de destino, más sufrida que elegida, acerca a las "repúblicas hermanas". Puede leerse en las grandes frases de la historia, y percibirse en la identidad de los problemas y las situaciones a las cuales esas naciones se enfrentan hoy.
Las antiguas colonias de España y Portugal, políticamente independientes (con excepción de Cuba que no se emancipa sino hasta 1898) desde el primer cuarto del siglo XIX, están más cerca en eso de Estados Unidos que de los países recién descolonizados de África o Asia. Sin embargo, siglo y medio de vida independiente no podría hacer olvidar la profunda influencia de tres siglos de colonización (1530-1820 aproximadamente) que marcaron de manera irreversible las configuraciones sociales y labraron el singular destino de las futuras naciones.
A partir de la independencia, los estados del subcontinente recorren-con diferencias y retrasos en el caso de ciertos países-grosso modo trayectorias paralelas en las cuales aparecen períodos claramente discernibles.

Primeramente comienza para los estados recién emancipados lo que el historiador Tulio Halperín Donghi ha llamado la "larga espera", durante la cual la destrucción del Estado colonial no pérmite aún la instauración de un nuevo orden. Mientras a esas balbucientes naciones les es difícil hallar un papel a su medida, las repúblicas hispanas atraviesan largos períodos de turbulencias anárquicas donde se despliega el desorden depredador de señores de la guerra (los caudillos), y el Brasil independiente parece prolongar sin sobresaltos, bajo la égida de la monarquía unitaria de los Braganza y del emperador Pedro I, el statu quo colonial.
Entre 1850 y 1880, con raras excepciones concernientes a algunas pequeñas repúblicas de América Central o del Caribe, las naciones del subcontinente entran en la "edad económica", que algunos han bautizado como "orden neocolonial": Las economías latinoamericanas, y por consiguiente las sociedades, se integran al mercado internacional. Producen y exportan materias primas. Importan bienes manufacturados. Mecanismo esencial de la nueva división internacional del trabajo que se efectúa bajo la égida de Gran Bretaña, cada país se especializa en algunos productos, y a veces en uno solo.
Es entre 1880 y 1930 cuando ese nuevo orden alcanza su punto máximo. Los países del subcontinente viven en el apogeo de un crecimiento extravertido que lleva en sí la ilusión de un progreso indefinido en el marco de una dependencia aceptada por sus beneficiaries locales y racionalizada en nombre de la teoría de las ventajas comparativas. La crisis de 1929 pondrá fin a la embriagadora euforia de esta "bella época", de la cual la mayoría de los trabajadores está por supuesto excluida, al de sorganizar las corrientes comerciales. El final del mundo liberal es también el de la hegemonía británica. Estados Unidos, ya dominante en su traspatio caribeño, sustituirá la preponderancia del Reino Unido por la suya y se convertirá en la metrópoli exclusiva de toda la región. Asimismo el período que comienza es determinado por, las relaciones de América del Norte con los países de la región o, más precisamente, por los tipos de políticas latinoamericanas que Washington pone en práctica sucesivamente. Sin embargo paralelamente a esta periodización internacional, se inscriben fases económicas muy diferenciadas, sin que por lo demás pueda discernirse un lazo causal evidente.
Esta periodización sólo tiene valor de punto de referencia y su objetivo es subrayar que, más allá de las especificidades nacionales, algunos fenómenos comunes rebasan las fronteras. Las similitudes no se derivan simplemente de la historia, sin que se hallan igualmente en estructuras análogas y problemas idénticos.



Relaciones con Estados Unidos
Modelo de desarrollo
1933-1960
Política de buena vecindad, escasamente intervencionista.
Industrialización autónoma que sustituye importaciones. Producción industrial destinada al mercado nacional y que sobre todo utiliza capitales nacionales.
1960
Crisis de las relaciones interamericanas, en respuesta al desafío castrista; política de contención del comunismo, dado que el activismo de Estados Unidos adopta diversas formas, desde la ayuda económica hasta la intervención militar directa o indirecta.
La sustitución de importaciones entra en crisis. Halla su límite en las capacidades tecnológicas y financieras de los países de la zona para la producción de bienes duraderos o de equipo. Se asiste a la "internacionalización de los mercados nacionales" a través del establecimiento de sucursales de las grandes sociedades multinacionales en la industria.

Semejanzas de las obligaciones y las estructuras

Las similitudes no podrían ser sobrestimadas. Con todo, historias paralelas han forjado realidades que, sin ser semejantes, tienen numerosos puntos comunes que las distinguen, por lo demás, de otras regiones del mundo desarrollado o subdesarrollado. Sólo mencionaremos tres:

1. La concentración de la propiedad de la tierra. La distribución desigual de la propiedad territorial es una característica común de los países de la región. Es independiente de la conciencia que de ella tienen los actores y no siempre aparece como una fuente de tensiones sociales o de debate político. No obstante el predominio de la gran propiedad agraria tiene consecuencias evidentes sobre la modernización de la agricultura, así como sobre la creación de un sector industrial eficaz. Afecta directamente la influencia social y por tanto el sistema político. El fenómeno de la gran propiedad va a la par con la proliferación de micropropiedades exiguas y antieconómicas. Si bien esta tendencia se remonta a la época colonial, no ha cesado hasta nuestros días: la conquista patrimonial continuada aparece como un elemento/situación permanente a escala continental a la cual sólo escapan las revoluciones agrarias radicales (Cuba). Algunos indicadores evaluados en cifras permitirán definir las ideas, a pesar del alcance necesariamente limitado de estadísticas que abarca el conjunto subcontinental tomado como un todo indiferenciado: el 1.4% de las propiedades de más de 1000 hectáreas concentraba hacia 1960 el 65% de la superficie total, mientras el 72.6% de las unidades más pequeñas-de menos de 20 hectáreas-sólo abarcaban el 3.7% de las superficies. Desde la publicación de estos datos es poco probable que se hayan dado cambios que puedan modificar su significado global.

2. La antigüedad de la independencia así como los modelos de desarrollo adoptados han determinado la singularidad de los procesos de modernización. Para resumir, a una industrialización tardía y escasamente autónoma correspondió una urbanización fuerte, anterior al nacimiento de la industria. El excesivo desarrollo del sector terciario de las economías es el efecto más aparente de una urbanización refugio, vinculada a los factores de expulsión del campo debidos a la concentración territorial.
No es casual que se prevea que de continuar la actual evolución, la ciudad de México y Sao Paulo serán en el año 2000 las dos ciudades más grandes del mundo, con 31 y 26 millones de habitantes respectivamente.

3. La amplitud de los contrastes regionales es también resultado de la urbanización concentrada, de las particularidades de las estructuras agrarias y de la industrialización. Así, dentro de cada país se reproduce el esquema planetario que opone un centro opulento a periferias miserables. Los contrastes internos son más flagrantes que en la mayoría de los países en vías de desarrollo. Al grado de que, tras haber descrito asépticamente estas disparidades bajo la etiqueta de "dualismo social", se ha llegado a hablar de "colonialismo interno". Por su parte, los sociólogos han avocado acertadamente la "simultaneidad de lo no contemporáneo", pero ésta no se limita a la pintoresca evocación de indios en la edad de piedra que viven a dos pasos de laboratorios científicos ultramodernos. En Brasil, el estado de Ceará en el nordeste ocupa el tercer lugar en el mundo, tras dos de los países menos avanzados, por la mortalidad infantil, ¡mientras Sao Paulo tiene la primera industria farmacéutica del continente, algunos de los hospitales más modernos del mundo y Río goza de una reputación internacional en cuanto a la cirugía estética! Para continuar con Brasil, "tierra de contrastes", si así se le puede llamar, un economista brasileño pudo decir con cierta razón que su país se parecía al Imperio británico en la época de la reina Victoria, si África, India y Gran Bretaña hubieran sido reunidos en un mismo territorio.
Podríamos intentar multiplicar las similitudes y las concomitancias. Los rasgos compartidos no están ausentes. No se limitan, como veremos en los siguientes capítulos, a esas características estructurales. El término América Latina, si se le da un contenido ampliamente extracultural, desigua pues una realidad discernible y específica. Sin embargo esta especificidad fuerte, innegable, rebasa las peripecias socioeconómicas. Se inscribe en el tiempo y el espacio regionales. Antes de formar parte del Tercer Mundo, esta América es el Nuevo Mundo "descubierto" en el siglo XV y conquistado en el XVI. Posee, según Pierre Chaunu, su tiempo propio, un "tiempo americano" "más denso, más cargado de modificación, por lo tanto que corre más rápido que el nuestro", producto de una "historia acelerada" hecha de una "gigantesca recuperación" que comienza con la prehistoria del continente, tardíamente poblado, probablemente por migraciones. Quizá podría pensarse asimismo en la pluralidad, en la variedad de ese "tiempo americano", y en su estiramiento, es decir en sus virtudes conservadoras. No sólo los indios neolíticos se rozan aquí o allá con las técnicas de punta del último cuarto del siglo XX, sino que las sociedades latinoamericanas aparecen como verdaderos conservatorios de formas sociales superadas en el resto del mundo occidental, incluso como "museos políticos" donde las sustituciones de élites se efectúan por yuxtaposición más que por eliminación. Por lo demás, ¿acaso no es cierto, como señalaba Alfred Métraux, que "las especies animales hoy extintas se han mantenido en América hasta una fecha mucho más reciente que en el Viejo Mundo"?
También se ha podido hablar de una "naturaleza americana", no sólo para subrayar la desmesura de los elementos y el gigantismo del espacio que no deben nada al hombre, sino para señalar la huella singular de éste en el paisaje. La naturaleza ha sido violada y agredida por la depredación y el desperdicio de una "agricultura minera" (René Dumont) que la ha dejado "no salvaje sino disminuida" (Claude LéviStrauss) y por tanto poco humanizada, a semejanza de un continente conquistado. Sobra decir cuánto nos equivocaríamos al ignorar los fenómenos transnacionales en el estudio de este conjunto regional.

DIVERSIDAD DE LAS SOCIEDADES, SINGULARIDAD DE LAS NACIONES

Un destino colectivo forjado por evoluciones paralelas, una misma pertenencia cultural a Occidente y una dependencia multiforme en relación con un centro único situado en el mismo continente: los factores de unidad rebasan fortaleciendo la sorprendente continuidad lingüística de la América de habla portuguesa y, a fortiori, de la América española; al llegar de nuestra Europa exigua y fraccionada siempre nos sorprende hallar la misma lengua y a veces la misma atmósfera de una capital a otra separada por cerca de 8 000 kilómetros y nueve horas de avión. Sin embargo a esta homogeneidad responde una no menos grande heterogeneidad de naciones contiguas. Las disparidades entre países saltan a la vista. Su tamaño ante todo. Es evidente que Brasil, quinto Estado del mundo por su superficie, gigante de 8.5 millones de km2, es decir igual a 15 veces Francia y 97 veces Portugal, su madre patria, no puede ni medirse ni confundirse con el "pulgarcito" del istmo centroamericano, El Salvador, más pequeño que Bélgica, con sus 21000 km2. Haciendo a un lado la variable lingüística que diferencia a Brasil de todos sus vecinos, podemos retener cierta cantidad de criterios sencillos que dan cuenta de la diversidad de los estados y las sociedades. En el caso de los primeros, la geopolítica domina, y sobre todo la situación en relación con el centro hegemónico norteamericano; en el de las segundas conviene tomar en cuenta los componentes etnoculturales de la población, y los niveles de evolución social, a fin de poner un poco de orden en el mosaico continental.

..."Tan cerca de Estados Unidos": potencias emergentes y "repúblicas bananeras"

Conocemos la triste reflexión del presidente Porfirio Díaz (1876-1911) sobre México: "[. . .] Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos." Sin duda sabía de qué hablaba, dada que la república imperial había amputado a su país la mitad de su territorio en 1848 durante la guerra que siguió a la anexión de Texas por Estados Unidos. Los actuales estados norteamericanos de California, Arizona, Nuevo México y, además de Texas, una parte de Utah, Colorado, Oklahoma y Kansas (o sea unos 2.2 millones de km2) pertenecían a México antes del tratado de Guadalupe Hidalgo.
La dominación de Estados Unidos es hoy particularmente notoria en este "Mediterráneo americano" que forman, entre el istmo centroamericano y el arco de las Antillas, el golfo de México y el mar Caribe. Ese mare nostrum es considerado por Washington como la frontera sur estratégica de Estados Unidos: supuestamente todo lo que afecta a esta zona afecta directamente la seguridad del país "líder del mundo libre". El control de los estrechos y del canal interoceánico, así como de los posibles trazados de nuevos pasos del Atlántico al Pacífico, es considerado vital para Estados Unidos: la comunicación marítima entre las costas este y oeste transforma, es cierto, el canal de Panamá en una vía de agua doméstica, mientras las líneas de comunicación con los aliados europeos serían puestas en peligro, según se dice, por una presencia hostil en el conjunto de las Grandes Antillas. Sea lo que fuere, los estados ribereños insulares o continentales están en libertad vigilada. La soberanía de las naciones bañadas por el "logo americano" está limitada por los intereses nacionales de la metrópoli septentrional. Desde Theodore Roosevelt, que no se conformó con "tomar Panamá", donde Estados Unidos impuso en 1903 el enclave colonial del canal, éste se ha arrogado un poder de policía internacional en la zona, ya sea controlando directamente las finanzas de estados en apuros, o haciendo desembarcar a los marinos para poner fin al "relajamiento general de los lazes de la sociedad civilizada" en los países vecinos meridionales. Por ello Nicaragua fue ocupada militarmente de 1912 a 1925, y luego nuevamente de 1926 a 1933, Haití de 1915 a 1934, la República Dominicana de 1916 a 1924. Finalmente, Cuba sólo se liberó del yugo español en 1898 para convertirse en semiprotectorado, dado que la enmienda Platt de 1901 impuesta por los vencedores de la guerra hispanoamericana preveía un derecho de intervención permanente de Estados Unidos en la isla cada vez que el gobierno no pareciera capaz de "garantizar el respeto a las vidas, los bienes y las libertades". Esta cláusula incorporada a la Constitución cubana presidió de hecho las relaciones desiguales entre ambos países hasta 1959.

Esta puntillosa hegemonía no cambió ni sus métodos ni sus objetivos a la hora de los misiles intercontinentales. Las tropas estadunidenses intervinieron en la República Dominicana en 1965 para evitar una "nueva Cuba", y en octubre de 1983 en la pequeña isla de Granada para echar a un gobierno de tipo castrista. La ayuda poco discreta de Washington a las guerrillas contrarrevolucionarias de Nicaragua hostiles al poder sandinista obedece a las mismas preocupaciones si no es que a los mismos reflejos. Más generalmente, la exasperación neocolonial estadunidense ha conducido a Estados Unidos a apoyar en la zona a cualquier régimen con tal de que fuera claramente proestadunidense y a derrocar o por lo menos a desestabilizar, a cualquier gobierno que intentaba sacudirse la tutela del hermano mayor, o afectaba sus intereses privados y más generalmente el modo de producción capitalista.

Además de su situación geoestratégica, los estados de la zona de influencia norteamericana, con excepción de México, son pequeños, de población reducida (el peligroso Nicaragua tiene menos de 3 millones de habitantes, ¡o sea aproximadamente el número de inmigrantes hispanos de Los Ángeles!), cuando no se trata de microestados como los que componen el polvo insular de las pequeñas Antillas: ¡es comprensible que Granada "la roja" y sus 120 000 habitantes no podían oponer mucha resistencia militar al cuerpo expedicionario de la primera potencia mundial! Es evidente que las posibilidades económicas de esos estados entre los cuales se hallan los más pobres y atrasados del subcontinente, no compensan ni su exigüidad ni su infortunio geopolítico. A causa de la importancia histórica de la monoexportación agrícola, algunas de esas repúblicas tropicales han recibido el sobrenombre despreciativo y cada vez menos exacto de repúblicas bananeras: dado que las grandes sociedades fruteras norteamericanas, la United Fruit, sus competidoras o sus filiales ejercieron allí durante mucho tiempo un poder casi absoluto. Todo lo contrario ocurre con los estados más alejados de America del Sur.

Los estados de la América meridional, con excepción de aquellos que, en la fachada caribeña son producto de una descolonización reciente (Guyana, Surinam) y que podríamos asimilar a las naciones del "Mediterráneo americano", son a la vez que lejanos de Estados Unidos, más grandes y más ricos: los dos más extensos de la región, Brasil y Argentina, son también los dos países más industrializados del subcontinente. Su voz cuenta, su autonomía política es antigua. Por lo demás, las naciones de América del Sur jamás han padecido alguna intervención militar directa de Estados Unidos, quien para con ellos utiliza estrategias más sutiles o por lo menos más indirectas. Pero también la fascinación del American way of life se da en menor medida, y vigorosas culturas nacionales, además de la influencia preservada de Europa, hacen fracasar allí una "cocacolonización" a la cual raros países escapan más al norte en esta América intermedia donde Washington dicta la ley.
De esta "clase media" a la cual pertenece igualmente México-que a pesar de Porfirio Díaz y la fatalidad geográfica, cuenta con la fuerza de sus 2 millones de km2, sus aproximadamente 80 millones de habitantes y su personalidad cultural y política-se desprenden estados capaces de individualizarse en la escena internacional y cuyo perfil propio se destaca claramente sobre un conjunto latinoamericano condenado todavía ayer a la imitación y aún hoy en mucho al anonimato bajo una tutela paternal y condescendiente. Así vemos surgir potencias medias que a veces aspiran a desempeñar un papel regional y hasta extracontinental. Sin embargo ningún determinismo da cuenta directamente de ese vigoroso avance. La presencia de un valorizado en el mercado mundial o una coyuntura favorable pueden elevar a un país a la categoría de los "grandes" del subcontinente: recientemente ése fue el caso de Venezuela, promovida por el boom petrolero. La ruptura con la metrópoli, una inversión de alianza o de sujeción pudieron dar a un pequeño país una situación sin relación con su importancia específica: fue el caso de la Cuba castrista, a partir de 1960, y la Nicaragua sandinista parece querer seguir hoy, en un registro menor, el peligroso camino tomado por su hermana mayor.
Si bien la clasificación de los estados está sujeta a las modificaciones de la historia, la de las sociedades es más estable y quizá más significativa para nuestro propósito.

Clima, población y sociedades.

No es fácil dividir subconjuntos regionales que tengan alguna coherencia en el continente, dada que la historia a menudo contradice la geografía. Así, Panamá, ex provincia colombiana, al igual que México no forma parte de América Central que se reduce a los cinco estados federados duranta la independencia en el territorio de la capitanía general de Guatemala. Lo cual no impide que entre América del Sur y Estados Unidos exista por imposible que parezca una "América media", zona de transición y de un establecimiento humano antiguo, lugar de brillantes civilizaciones precolombinas en tierras de un volcanismo que no ha dicho su última palabra, y que desde todos los puntos de vista posee una personalidad propia. En América del Sur generalmente se distingue una América templada que ocupa el "cono sur" del continente y que comprende a Argentina, Uruguay y Chile, que por su clima, sus cultivos y su población es la parte más cercana al Viejo Mundo, y una América tropical, en donde generalmente se clasifica a los países andinos, Paraguay y Brasil. Por lo demás este último difícilmente se deja etiquetar. País continente que tiene fronteras con todas las naciones sudamericanas, excepto Ecuador y Chile, comprende en efecto un sur templado, poblado de europeos que se dedican a cultivos mediterráneos. Sin embargo Chile, país andino si lo es, parece más templado que tropical; en cuanto a Bolivia, andina ciertamente, también es parcialmente tropical, pero vinculada históricamente a la América templada, mientras que Colombia y Venezuela son a diferentes grados a la vez andinos y caribeños. Puede verse la dificultad de establecer esas clasificaciones.

Podemos pensar que la población es un indicador mejor y más manejable para una tipología rigurosa. Es cierto que se encuentra cierta correspondencia entre climas y poblaciones, en conexión sobre todo con los tipos de culturas históricamente privilegiadas. En efecto la distribución regional de los tres componentes de la población americana-el sustrato amerindio, los descendientes de la mano de obra esclava africana, y la inmigración europea del siglo XIX-dibuja zonas de dominante identificable. Decimos dominante, pues las naciones mestizas son las más numerosas y, a menudo, en sociedades de población compleja, se yuxtaponen espacios étnicamente homogéneos. Así, en Colombia, los resguardos indígenas de las "tierras frías" de altura a menudo están en contacto con los valles "negros" de las "tierras calientes". Groseramente, podemos sin embargo distinguir: una zona de densa población india que abarca la América media y el noroeste de América del Sur, donde florecieron las grandes civilizaciones; de las Américas negras al noreste en el perímetro caribeño, Antillas y Brasil, ligadas a la gran especulación azucarera de la época colonial sobre todo; y finalmente un sur, pero sobre todo un sureste "blanco", tierra templada que recibió a la mano de obra libre europea, que se diseminó allí a partir del último cuarto del siglo XIX.
Utilizando las mismas variables, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro ha propuesto una tipología que no carece de atractivo aun cuando podamos juzgarla ideológicamente artificiosa. Distingue tres categorías de sociedades: los pueblos testigos, los pueblos trasplantados y los pueblos nuevos. Los pueblos testigos en sus variedades mesoamericana o andina , son los descendientes de las grandes civilizaciones azteca, maya e inca. Corresponden pues a esos países donde la población de indígenas es relativamente elevada, lo cual significa entre otras cosas que una importante fracción de la población habla otra lengua vernácula y que en las comunidades autóctonas ha hecho poca mella la civilización europea. Así ocurre en el caso de la América media, Guatemala con cerca de 50% de indígenas, pero también Nicaragua o El Salvador que sólo cuenta con el 20%, muy aculturados, u Honduras con menos del 10% (cifras que deben manejarse con todas las reservas que merece la definición de indígena en ese continente). México igualmente con apenas el 15% de ciudadanos que hablan una lengua india pero que tiene concentraciones muy grandes en algunos estados del sur (Oaxaca, Chiapas, Yucatán), y reivindica el pasado de los "vencidos" en su ideología nacional. En la zona incaica, los indígenas que hablan quechua y aymará constituyen hasta el 50% de la población de Pecú, de Bolivia y de Ecuador, también allí con grandes concentraciones en las zonas rurales montañosas.

Los pueblos transplantados, forman la América blanca: simétricos de los angloamericanos del norte, son los rioplatenses de Uruguay y Argentina. En esas tierras de población reciente donde indígenas nómadas de escaso nivel cultural fueron despiadadamente eliminados antes de la oleada inmigratoria, nació una especie de Europa austral. Sin embargo esos espacios aparentemente abiertos, al igual que Nueva Zelanda, Australia o Estados Unidos, presentan características sociales diferentes, lo cual explica su evolución posterior. Su singularidad es fuerte. Los argentinos se enorgullecían a principios de siglo de ser el "único país blanco al sur de Canadá". Y esas prolongaciones del Viejo Mundo que por mucho tiempo ignoraron el continente no se sentían muy "sudamericanas" que digamos sino hasta fechas recientes.
Finalmente los pueblos nuevos, entre los cuales Darcy Ribeiro coloca a Brasil, Colombia, Venezuela, así como a Chile y las Antillas, son producto del mestizaje biológico y cultural. Para él, allí está la verdadera América, aquella, donde en el crisol racial de dimensiones planetarias, se forja la "raza cósmica" del futuro cantado por José Vasconcelos. Esa clasificación, incluso así jerarquizada, posee cierta lógica y contribuye a dar una apreciación global más clara de la rosa de los vientos latinoamericana.

Sin querer multiplicar las clasificaciones, no es inútil introducir una última, basada en la homogeneidad cultural y la importancia del sector tradicional de la sociedad. Estas tipologías son tan arbitrarias como los criterios elegidos para construirlas, pero indudablemente son indispensables para aportar los matices necesarios para un estudio transversal de los fenómenos sociales continentales.
Si se toma camo indicador la más o menos grande homogeneidad cultural, estimándosela en función del grado de integración social y de la existencia de una o varias culturas en el seno de la sociedad nacional, es posible discernir tres grupos:
-Homogéneos: Argentina, Chile, Uruguay; en un menor grade Haití, El Salvador y Venezuela.
-Heterogéneos: Guatemala, Ecuador, Bolivia, Perú.
-En vias de homogeneización: Brasil, México, Colombia. Los criterios de semejante clasificación pueden ser considerados eminentemente subjetivos. El grado de tradicionalismo puede medirse mejor pues las más de las veces coinciden con la importancia del sector agrario y del analfabetismo. Bajo este ángulo estarían los países más tradicionales como: Haití, Honduras, Paraguay, El Salvador, Guatemala y Bolivia, mientras serían modernas las sociedades de Argentina, Chile, Uruguay, Colombia y Venezuela o Cuba.
La multiplicación de las tipologías permite circunscribir cierta cantidad de países en los dos extremos de la cadena; da una idea aproximativa, grosera, es verdad, pero útil, de las diferencias y, por consiguiente, del abanico de realidades sociales heterogéneas que se ocultan bajo la etiqueta abarcatodo de América Latina, sin por ello ceder a los espejismos del particularismo nacional y de la singularidad histórica. Dos dimensiones capitales que sin embargo no proporcionan las claves que buscamos, ya que éstas sólo pueden provenir de un incesante vaivén entre los múltiples niveles de una aprehensión global de las similitudes y las diferencias, de lo continental a lo local pasando por la nación y la región.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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Tapié, V.L., Histoire de l'Amérique latine au XlXe. siécle, Paris, Aubier, 1945.
POSTURAS IDEOLOGICAS EN AMERICA LATINA

Una unidad latinoamericana o la globalización de perros que se comen a los perros

Al pintar su raya entre quienes deben de ser premiados por mantener la ortodoxia capitalista y quienes deben ser castigados por insubordinación, Calderón le suplica a los inversionistas que premien la obediencia de México y abandonen a los pecadores a su condenación.

En esta visión, la diplomacia y la política van en el asiento trasero. La unidad latinoamericana es vista como una quimera. En relación a la Alternativa Bolivariana de Chávez, aunque sin nombrarla directamente, Calderón dijo: “me parece que mientras más invocamos la unidad latinoamericana, estamos generando más tensión entre los países latinoamericanos, y eso nos impide estar unidos”.

Incluso el periódico español El País, normalmente parcial hacia Calderón, se sintió obligado a proferir un leve regaño: “Calderón, como presidente, debería mostrarse menos ideológico al establecer buenas relaciones con el Cono Sur y Venezuela y poner mayor énfasis en la integración latinoamericana”.

Lo extraño es que la beligerancia de Calderón contraste con el tono de las recientes declaraciones que salen de Washington. En un discurso en el centro de estudios internacionales y estratégicos [Center for Strategic and International Studies], el secretario adjunto para Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, llamó a la reconstrucción del “Pan-americanismo” en un continente “post-Consenso de Washington”. Aunque enfatizara que el “comercio es un componente de vital importancia en esta integración porque enlaza mercados, y las economías de mundo no son conducidas por las naciones-Estado sino por los mercados, también enfatizó la importancia de la agenda social y la cooperación, y minimizó los conflictos con Venezuela.

Bajo fuego por su política en Irak, aparentemente el Departamento de Estado ha decidido intentar la reconstrucción de su hegemonía en América Latina mediante más acciones de bajo perfil. Aunque no queda claro que es lo que quiere decir la secretaria de estado Condoleeza Rice cuando habla de una agenda de “involucramiento positivo”, pareciera significar esfuerzos por consolidar una base geopolítica en una región que se le aparta, evitando la confrontación retórica con los líderes izquierdistas y enfatizando las dependencias económicas y los convenios de seguridad.
DE LA INDEPENDENCIA A LA INTERVENCION

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EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE AMERICA LATINA.

1. Introducción.
- En primer lugar trataremos de saber lo que ocurrió en los momentos previos a la independencia.
- Intentaremos averiguar cómo eran las relaciones entre España y América.
- A continuación iremos viendo las principales acciones y fenómenos.
- Acabaremos con las principales consecuencias de estos fenómenos.

2. Orígenes del movimiento independista.
- Conviene hacer hincapié en dos cuestiones.
1. Actuación de los gobernantes españoles respecto a América.
2. Que otras causas han motivado las ansias de independencia.
2.1 La actitud española en el siglo XVIII.
- Fueron unas revoluciones violentas, como reacción a la presencia española.
- Fueron la culminación de un largo proceso de presiones internas sobre América.
- Los países latinoamericanos estaban sujetos a un nuevo imperialismo.
· Su administración había sido reformada.
· El control de la defensa modificado.
· Control de España para hacer los lazos de unión más firmes y sólidos.
- El continente llevaba desde el XVII sin sufrir el control que se pretendía en el XVIII.
- Los territorios a principios del XVIII no pensaban en su independencia.

2.1.1 Cambio de la política de España respecto a América.
- La nueva política tenía el objetivo de frenar esa especie de independencia económica.
- Esta nueva política conllevaba el riesgo de minar la estructura del imperio.
- Formaba parte de un plan más amplio para crear una España más grande.
- Esta opinión nació de un movimiento de reforma que intentaba rescatar a España del pasado.
- Las nuevas medidas fueron las siguientes.
1. Imposición equitativa.
2. Industrialización.
3. Expansión del comercio ultramarino.
4. Mejora de las comunicaciones.
5. Programa de colonización interna.
6. Proyectos de desvinculación de latifundios y propiedades de la Iglesia.
- Las elites criollas estaban establecidas, hacían tratos fiscales, consiguieron crear grupos de oposición a la metrópoli.
- Los Borbones tenían un concepto diferente: gobierno absolutista, sistema económico imperial...
- Las diferencias eran numerosas y en algunos casos, insalvables.
2.2 La respuesta de América a las reformas de Carlos III.
2.2.1 La Administración.
- La segunda conquista de América fue una conquista burocrática.
- Se hicieron dos nuevos virreinatos. (Nueva Granada y de Río de la Plata).
- Se intentaron nuevos métodos de gobierno.
- Se realizó una supervisión más estrecha de la población americana.
- Se crearon nuevos funcionarios (intendentes). Sustituyeron a los corregidores y a los alcaldes mayores.
2.2.2 La Iglesia.
- Fue debilitada ya que se quería eliminar parte de su importancia en América..
- Se expulsó a los jesuitas en 1767. Se consideró un ataque a la independencia de los jesuitas en América.
- Los habitantes lo consideraron un acto de despotismo. Fue causa de resentimiento.
- De las filas de Iglesia salieron muchos oficiales insurgentes y dirigentes guerrilleros.
2.2.3 El ejército.
- En este aspecto España tuvo que proceder con más cuidado porque se dependía de las milicias coloniales.
- Para estimular el alistamiento se concedió a criollos privilegios que tenían los militares españoles.
- Al aumentar la americanización del ejército España creó un arma que podía volverse contra ella.
- Tras la rebelión indígena de 1780 el papel de la milicia fue reducido y aumentado el del ejército.
2.2.4 Economía.
- Uno de los objetivos de Carlos III era destruir la autosuficiencia de los criollos.
- Se utilizaron dos mecanismos.
1. La ampliación del monopolio estatal del tabaco.
2. La administración directa de la alcabala, antes cedida a contratistas privados.
- Desde España se intentó aplicar la nueva presión fiscal
- Bajaron las tarifas, se eliminó el monopolio de Cádiz y Sevilla. Se amplió el comercio libre.
- Este comercio libre tenía un defecto: la dificultad de la economía americana para responder a estímulos externos.
- La economía indiana permaneció subdesarrollada, pocas inversiones y exportaciones.
- Las industrias coloniales no tenían protección y las manufacturas europeas lo inundaban todo.
- La política borbónica incrementó la situación colonial.
2.2.5 Sociedad.
- España no se fiaba de los americanos y comenzó a romper los vínculos entre los burócratas y las familias locales.
- Las esperanzas americanas fueron sofocadas por el nuevo imperialismo.
- Era una batalla perdida para los peninsulares, pues los criollos aumentaban de número.
- La minoría no podía mantener indefinidamente el poder político.
2.3 La irrupción de los nacionalismos.
2.3.1 Orígenes del nacionalismo americano. Influencias exteriores.
- Las peticiones de cargos públicos expresaba la convicción de que los americanos no eran españoles.
- Las divisiones administrativas proporcionaron la estructura política de la nacionalidad.
- Después de 1810 fueron adoptadas como armazón territorial de los nuevos estados.
2.3.1.1 Fuentes intelectuales del nuevo americanismo.
- La Ilustración tuvo su influencia, pero no puede decirse que hiciese revolucionarios a los hispanoamericanos.

- Más influyente que el modelo francés fue el norteamericano.
- Muchos líderes de las independencias visitaron los Estados Unidos y conocían sus instituciones.
- Unos de los primeros en dotar de expresión cultural al americanismo fueron los jesuitas.
- La literatura de los jesuitas expulsados contenía un ingrediente esencial del nacionalismo.
Þ La conciencia del pasado histórico de la patria.
- Para que creciera el americanismo se necesitaba el factor de la oportunidad.
- Esta oportunidad llegó con la invasión napoleónica de España.

2.3.2 La ocupación francesa de la Península Ibérica. Repercusiones en América.
- Como consecuencia a la invasión el pueblo comenzó a luchar por su independencia.
- La Junta Central promulgó un decreto diciendo que las posesiones americanas tenían derechos de representación.
- La Constitución de Cádiz les negó una representación igual y la libertad de comercio.
- El vacío de poder en España produjo un daño irreparable a las relaciones entre España y América.
- Los americanos no tenían a los Borbones, no querían a Napoleón y no se fiaban de los liberales.
- Como consecuencia se adoptó la solución independentista.

El modelo de Estado que surge en Iberoamérica tras el acceso a la independencia, asume pronto las competencias educativas, en detrimento de la Iglesia. Desde esta plataforma, la sociedad se seculariza, se afirma el concepto de nación y aparece una clase media que encuentra en la educación un factor de ascenso social. Al mismo tiempo, aunque indirectamente, también contribuye al progreso económico, a medida que se inician los procesos de industrialización y diversificación productiva. Sin embargo, según la autora, en el momento presente la educación pública sufre un progresivo deterioro como consecuencia de la crisis económica. Esta circunstancia genera problemas de integración política y social, retroceso de las clases medias y falta de cualificación de la fuerza de trabajo, que lastra las posibilidades de desarrollo económico.

1. El transplante del concepto europeo de "Estado liberal" a Iberoamérica a principios del siglo XIX
A finales del siglo XVIII se produjo en Europa una ruptura del llamado "Antiguo Régimen", la cual otorgó a la sociedad su emancipación respecto del estado absolutista y fijó límites a la acción del Estado. Por otra parte, el Estado, que desde el siglo XVII había procurado fundamentarse sobre criterios racionales y no teológicos, empezó a garantizar la libertad religiosa e impuso a la Iglesia su definición como asociación social separada del Estado y en ningún caso investida de atribuciones generales para la sociedad. Con esta ruptura fue la burguesía (opuesta a los privilegios de la aristocracia y el clero) la clase social que accedió al poder. El nuevo Estado liberal se erigió sobre sociedades definidas como naciones. Este concepto de nación que empezó a utilizarse a partir de ahora alude a ciertos elementos comunes de la sociedad, tales como la comunidad territorial, de lengua y de cultura, pero no se definió su carácter clasista, sino que se concibió en principio como una unidad indivisible integrada por una suma de individualidades de carácter homogéneo e igualitario.

A pesar de que el liberalismo europeo en boga a principios del siglo XIX procuró que el Estado se abstuviera de intervenir en los asuntos sociales, desde un principio las necesidades de construcción nacional propiciaron una serie de medidas estatales, entre ellas las medidas de política educativa, a las que se asignó un papel integrador. Igualmente se llevaron a cabo diversas políticas sectoriales destinadas a mejorar las condiciones de vida de la sociedad o para el fomento y defensa de ciertas actividades económicas, sobre todo en aquellos países de mayor retraso industrial.

El pensamiento socialista criticó muy pronto este concepto de Estado liberal, al que definió como instrumento de la clase dominante para ejercer un poder sobre las demás clases sociales. No obstante, la perspectiva socialdemócrata concedió al Estado cierta capacidad para conseguir constantes mejoras para las clases trabajadoras. Por su parte, el pensamiento neomarxista iniciado ya en el siglo XX a partir de Gramsci, concedió al Estado la posibilidad de representar intereses nacionales y cohesionar a distintos grupos sociales en torno a un proyecto político.

Desde todas estas perspectivas, la función que el Estado cumple en el campo de la educación tiene un significado muy importante. A la educación se le atribuyen funciones tales como las de integración de los distintos grupos sociales, culturales y étnicos, la creación de una identidad nacional y la legitimación del poder del Estado. Se trata, en definitiva, de conseguir el consenso, de manera que el Estado no se reduzca a ser un aparato de mando e incluso de represión, sino que, mediante una compleja red de funciones que llevan a efecto la dirección cultural e ideológica de la sociedad, consiga el consenso entre los diversos sectores de la sociedad. La educación adquiere en ese sentido una significación relevante, dado su carácter de órgano óptimo para la generación del consenso. Junto a ello, los procesos de secularización del Estado, que se discutieron ardientemente en relación a la escuela laica y los problema de la libertad de enseñanza, forman también parte de esta lucha hacia el consenso. El Estado como representante de lo general rompe el monopolio ejercido por la Iglesia en materia educativa. La secularización de la política se presenta como requisito para una nación unitaria y un poder estatal indiscutido.

Además de estas funciones más estrictamente políticas, el Estado busca también a través de la educación facilitar la movilidad social y formar adecuadamente a los ciudadanos para realizar un trabajo dentro de la estructura productiva de la sociedad, ya sea en la industria, la agricultura, el comercio, las profesiones liberales o los propios cuadros burocráticos que sostienen al Estado. Estas funciones de tipo social y económico fueron adquiriendo mayor relevancia según avanzó el proceso de industrialización a lo largo del siglo XIX y conforme la sociedad se fue complejizando. En un principio, cuando se gestaron los sistemas educativos nacionales, el nuevo Estado constitucional tenía como fundamento la creencia en que todos los hombres, independientemente de su proveniencia, eran capaces de un mismo desarrollo de la razón y, por tanto, debían considerarse jurídicamente iguales en los político. La educación nacional fue así un componente necesario del nuevo orden político. Como hemos dicho, los grupos sociales aún no se definían en sentido estricto como clases, y por ello la escuela, con su proyecto social y moral universal, ocupó una posición eminentemente simbólica: se dedicó a jugar el papel de factor de unificación moral y de centro de irradiación de la conciliación nacional.

Hacemos estas consideraciones sobre el origen del Estado nacional en Europa y sus atribuciones en el terreno de la educación, pues es necesario tenerlas presentes para comprender adecuadamente la especificidad de este mismo fenómeno en Iberoamérica. El nuevo concepto de Estado liberal o nacional se extendió, a causa de la generalizada influencia de los textos constitucionales europeos, en otros contextos como el iberoamericano. Estos conceptos fueron adoptados para la organización de los nuevos Estados que surgieron a partir de la Independencia, pero su adopción se hizo sobre unos contextos sensiblemente distintos a los que en Europa habían conducido a la configuración de la nueva organización social y política. Los nuevos Estados americanos iniciaban procesos muy acelerados de modernización, en los que el Estado adquirió un protagonismo muy destacado que parecía ser la única posibilidad de crear un orden nuevo. Si en Europa el liberalismo proclamó en muchos sectores la necesidad de que el Estado se abstuviera de intervenir en la sociedad, en Iberoamérica el factor político tuvo un peso más significativo que en otras regiones, porque aquí la consolidación del Estado constituía un prerrequisito esencial. La intervención del Estado no se limitó únicamente a medidas de fomento económico, sino que fue primordialmente una búsqueda de unidad nacional y homogeneidad del espacio económico acotado nacionalmente. Estas tareas políticas debía asumirlas de forma prioritaria el emergente Estado latinoamericano, a diferencia del Estado en los países más avanzados de Europa, en los cuales el Estado liberal se consolidó en el momento en que la burguesía se afianzó como fuerza social dominante y en sociedades que habían adquirido ya una mayor cohesión nacional y una articulación económica.

Con frecuencia se ha olvidado en el estudio de la historia de Iberoamérica del siglo XIX tomar en consideración estos factores políticos que posibilitaron la organización de los nuevos Estados nacionales. Se ha buscado más bien la explicación del desarrollo histórico únicamente en la dependencia económica de los países iberoamericanos respecto de los mercados de los países industrializados de Europa en calidad de abastecedores de materias primas. Estas relaciones económicas posibilitaron efectivamente una favorable coyuntura económica que permitió el desarrollo y las posibilidades de emprender procesos de modernización. Pero la existencia de este mercado mundial en el que Iberoamérica se insertó facilitó no tanto la generalización de las formas productivas del capitalismo como la repetición de sus formas políticas, es decir, la generalización de la forma nacional-estatal, que, según E. Torres Rivas, se implanta como experiencia exitosa por parte de los pueblos atrasados cuando existen algunas condiciones para que el traslado tenga alguna viabilidad histórica y aun antes de que su burguesía acabe de formarse nacionalmente. El análisis de la dependencia económica no debe dejar de explicar cómo, internamente, la vinculación con el exterior se hacia posible. La dinámica de las sociedades dependientes se encuentra en las relaciones de grupos y clases que luchan por el poder. Es preciso, definitivamente, según ha insistido E. Faletto, matizar explicaciones puramente externas del desarrollo de la historia de las sociedades dependientes como las latinoamericanas, intentando ligar lo externo y lo interno y precisando el significado nacional de las políticas estatales (entre ellas la política educativa).

S. Zermeño ha explicado cómo en los países europeos (países de desarrollo originario) fueron menores las funciones emergentes del Estado, pues la dinámica social y la economía pudieron desenvolverse por sí mismas, relativamente hablando, sin exigir durante un larguísimo período una intervención extraordinaria del actor estatal. Se trató de sociedades en las que un agente nacional, la burguesía, actuó como fuerza dirigente del desarrollo. En el capitalismo tardío que se desenvuelve en América Latina, por el contrario, sólo desde la esfera estatal parecía posible cohesionar los profundos desgarramientos del tejido social. Desde el inicio del período independiente se debió encarar el fenómeno de la coexistencia de varias sociedades en el interior de un país, y ante tal fragmentación y disgregación socioeconómica el Estado debía asegurar no sólo la unidad territorial-administrativa, sino procurar igualmente la dinámica económica, la representación política y el "cemento" ideológico que vincula y reune las fuerzas centrífugas.

Este protagonismo del Estado, sin embargo, no se puede deducir exclusiva y simplemente de la nueva coyuntura política independiente ni de la incorporación de América Latina al capitalismo internacional en el siglo XIX. Razones históricas de más larga tradición o duración contribuyeron sin lugar a dudas a afianzar el protagonismo del Estado en esta región. Según ha señalado C. Véliz, las sociedades iberoamericanas tenían una tradición colonial burocrática de racionalización y una cultura urbana preindustriales, dentro de las cuales se había desarrollado un vasto sector terciario íntimamente relacionado con las instituciones y hábitos burocráticos.

2. El proceso de consolidación del "Estado oligárquico" en Iberoamérica
2.1. Configuración histórica del Estado oligárquico y su conceptualización

A partir de 1850 aproximadamente empieza a percibirse en Hispanoamérica una paulatina reabsorción de las contradicciones desencadenadas a partir de la Independencia. Es, como señala M. Carmagnani, "la fase inicial de la hegemonía oligárquica, es decir, de una clase cuyos orígenes son coloniales, que basa su poder en el control de los factores productivos y que utiliza directamente el poder político para aumentar su dominación sobre las restantes capas sociales". Ya hacia 1880 estos grupos dominantes han consolidado su posición apoyados por los beneficios del comercio exterior y por la fuerza que han adquirido las inversiones extranjeras, inglesas sobre todo.

Después de la Independencia en la mayoría de los países iberoamericanos el nuevo poder político nació casi exclusivamente del poder militar. La primera mitad del siglo XIX fue un período de gran inestabilidad y de desintegración social, geográfica y política. La lucha por la estabilidad fue por todas partes una lucha entre intereses locales, muchos de ellos viejos intereses coloniales que lograron imponerse a través del mismo movimiento de Independencia. Para la consolidación de los Estados nacionales la mayoría de los países latinoamericanos debió esperar a que en su seno se desarrollaran y fortalecieran grupos de intereses lo suficientemente amplios, complejos y emprendedores como para que se convirtieran en factores de unificación nacional e impusieran esos intereses a los demás grupos sociales; en otros términos, era indispensable que en cada ámbito nacional el desarrollo económico procurara las condiciones para la formación de los sistemas nacionales de clases, por lo menos lo bastante como para dar sustento real a un verdadero sistema político nacional. Este proceso se llevó a cabo mediante luchas que fueron delineando los mercados nacionales, así como los límites territoriales donde se afirmó la legitimidad del nuevo orden político. En este sentido, la organización de una administración y de un ejército nacional, no local o caudillesco, fue decisiva para estructurar el aparato estatal y permitir la transformación de un poder de facto en una dominación de jure. El fundamento económico de tal proceso, ya que el componente idealista y nacionalista de la Independencia se había mostrado insuficiente para el logro de la estabilidad, fue constituido por las oportunidades ofrecidas por el mercado internacional, que dio pie a alianzas de intereses en torno a la producción y circulación de mercancias para la exportación. Estas oportunidades, sin embargo, no coincidieron temporalmente en todos los países, debido a que el interés por los diversos recursos naturales americanos no fue simultáneo en los países importadores europeos.

América Latina permaneció anclada en la exportación de sus productos agrarios y mineros y en la importación de productos industriales europeos, con balanza comercial favorable, pero con unas constantes necesidades de capital para mejorar la explotación, transporte y comercialización de sus productos (bancos, ferrocarriles, puertos, innovaciones técnicas, etc.). Todas estas innovaciones no se introdujeron por medio de una autofinanciación de los grupos económicos nacionales, sino prioritariamente por la inversión directa de capitales extranjeros o mediante empréstitos contratados por el Estado. Los capitales nacionales se dirigieron más a la adquisición de tierra y propiedades urbanas, mientras que la importación de objetos de consumo europeos no favoreció la creación de industrias autóctonas. Por el contrario, las élites nacionales adoptaron hábitos de consumo y formas de vida urbana europeas, que pudieron ser financiadas por la bonanza de las exportaciones. La coyuntura económica es excepcionalmente favorable para los grupos hegemónicos vinculados a la exportación durante el último cuarto del pasado siglo.

Hacia mediados del siglo XIX el Estado nacional fue considerado por los sectores dominantes como la única institución capaz de movilizar recursos y crear condiciones para superar el desorden y el retraso imperantes. Esta prioridad atribuida a la creación del Estado obligaba, por una parte, a la mencionada constitución de ejércitos nacionales frente a la influencia de los caudillos locales, así como a la consolidación de los límites territoriales y, por otra parte, a la exclusión de las masas populares de las decisiones políticas. El instrumento jurídico encargado de dar una configuración a esta organización que se perseguía fue la Constitución. La lucha de intereses y la indefinición en la formación de los grupos hegemónicos produjo una verdadera avalancha de Constituciones que debían conseguir el ansiado equilibrio. Además, se llevó a cabo un gran esfuerzo de codificación en todos los países latinoamericanos, que se tradujo en nuevos códigos civiles, penales, comerciales, mineros, etcétera, que representan una innovación substancial, ya que tras la independencia había continuado estando en vigor el sistema jurídico de las potencia colonizadoras.

El modelo de Estado que se organiza en América Latina, por los fenómenos que hemos señalado y a diferencia del Estado liberal-nacional europeo, se define como "Estado oligárquico", es decir, como una forma de organización en la cual la sociedad política en este período no transcurrió por los cauces auténticos de la democracia y se caracterizó más bien por una muy limitada representatividad política y una reducida base social de apoyo. El Estado oligárquico fue posible gracias a la interdependencia entre los propietarios de la tierra y la acción de la burguesía urbana, que mantenía contactos con el mundo exterior y buscó las posibilidades para la expansión del comercio internacional. El grupo urbano se fue consolidando y fue creando, mediante la integración con los grupos rurales (muchas veces absentistas de sus posesiones), las condiciones para la estructuración de un efectivo sistema de poder. Las fuentes de este poder económico de la oligarquía, sin embargo, se basaron en la producción y exportación de productos primarios, es decir, se trataba de fuentes rurales de poder. No obstante, el campesinado fue el elemento social que se mantuvo más al margen de la idea nacional y fue la ciudad la que se erigió en centro y base del Estado nacional.

Este tipo de Estado pudo fortalecerse porque consiguió un poder de arbitraje frente a las distintas facciones de la oligarquía, mediante un régimen marcadamente presidencialista. La competencia política tenía más bien la característica de reflejar la lucha fraccional de los diversos grupos oligárquicos. Al acuerdo entre estos grupos contribuiría la neutralización de los conflictos que habían surgido entre la Iglesia y el Estado en las primeras décadas del período independiente. No obstante, este Estado se erigía sobre hondos desajustes en la estructura interna de los países latinoamericanos, por el escaso desarrollo de los mercados nacionales y por la pervivencia y extensión del latifundio como base de la producción. La ausencia de un proceso de formación de mercados nacionales contribuyó a que el latifundio ocupara el centro de la vida económica, y facilitó, por consiguiente, la concentración de los beneficios originados por la expansión productiva en las manos de las clase propietaria de las grandes unidades productivas. El Estado oligárquico era más fácilmente compatible con el modelo económico dependiente que un modelo de mercados nacionales y desarrollo interno, que hubiese exigido una democratización más profunda.

Después del largo período de inestabilidad que siguió a la Independencia, a finales del siglo el Estado oligárquico, que así se consolidaba centró su atención y sus recursos en el objetivo de "orden", siendo el objetivo del "progreso" su natural corolario. Por ello, y a pesar de la reducida base social de participación y apoyo político, los grupos oligárquicos emprendieron medidas sociales modernizadoras, entre las que se cuenta el desarrollo y fomento de los sistemas de instrucción pública nacionales.

2.2. Diferencias en el desarrollo del Estado en los diferentes países iberoamericanos

Los fenómenos históricos que venimos describiendo no se produjeron de forma uniforme en todo el ámbito latinoamericano, sino que algunos factores afectaron de forma distinta a la consolidación del Estado en cada uno de los países y dieron lugar a importantes características diferenciales, algunas de las cuales señalaremos a continuación.

a) S. Zermeño hace una interesante distinción entre aquellos países que nacieron realmente en el siglo XIX, es decir, que fueron marcados apenas periféricamente por la etapa colonial, y los países portadores de grandes difracciones sociopolíticas desde la época colonial. En los primeros, que Zermeño denomina "países de modernización temprana" (Argentina, Uruguay, Venezuela), se da una mayor integración sociocultural, mientras que los segundos se caracterizan por su débil herencia democrático-burguesa (México, Perú).

A su vez, en la consolidación del Estado influyeron otros factores relativos a la homogeneidad social y cultural, que se concretan por una parte en la integración de la población indígena y, por otra, en la asimilación de los grupos de inmigrantes europeos que se produjo en algunas sociedades durante la segunda mitad del siglo XIX (Argentina, Chile y Uruguay, sobre todo). Se trata de lo que E. Torres Rivas define como diferentes "condiciones nacionalitarias básicas". En algunas sociedades iberoamericanas la integración se vio obstaculizada por la presencia de poblaciones indígenas, sobre las que se mantuvieron relaciones de saber colonial que los grupos dominantes fueron incapaces de transformar. Otros países, aunque no tuvieron que enfrentar el problema de la asimilación de los grupos indígenas, debido a su política de atracción de inmigrantes europeos hubieron de plantearse también respecto a estos grupos medidas de integración nacional. Las relaciones con estos grupos sociales, sin embargo, no fueron de tipo arcaizante como lo fueran respecto de los grupos indígenas en otros países, sino que la incorporación de la inmigración fue probablemente causa de una mayor fuerza, homogeneidad e independencia de las clases medias en los países receptores, sobre todo en Argentina y Uruguay.

b) A la homogeneidad sociopolítica y cultural se añade el problema de la uniformidad del desarrollo económico y, por tanto, de los grupos hegemónicos. Esta uniformidad fue más acusada en los países de "modernización temprana", donde el crecimiento por las exportaciones fue mucho más fuerte y dio lugar a una potente oligarquía nacional. Sin embargo, los niveles de representación política y el juego de las corrientes ideológicas fueron mayores, dando pie a una temprana emergencia de las clases medias. De lo contrario, el consenso necesitó de mayor apoyo político y, por tanto, de una mayor presencia del Estado como agente hegemónico.

Es preciso considerar, además, la especialización productiva de las diversas áreas latinoamericanas que se empieza a perfilar hacia 1870 y se consolida a partir de 1880. Así, pueden establecerse tres grupos de países dedicados respectivamente a la producción y exportación de productos agrícolas de clima templado (aquí se sitúan, por ejemplo, el Uruguay y Argentina), de clima tropical (Ecuador) y de productos mineros (Chile, Bolivia). La expansión económica se dio con mayor intensidad en las áreas exportadoras de productos agrícolas de clima templado, los cuales, por las peculiaridades de su cultivo, propiciaron en mayor medida la estructuración de un importante sistema de transportes y la incorporación de avances tecnológicos. Estos factores se desarrollaron menos en las regiones de agricultura tropical, los cuales, además, se vieron afectados por el hecho de que los precios de este tipo de productos permanecieron bajo la influencia de los reducidos salarios de otras áreas coloniales que también los producían.

En los países productores de minerales, la producción minera pasó en su mayor parte a manos de compañías extranjeras de gran poder financiero y capacidad tecnológica, que constituyeron verdaderas "economías de enclave". Estos enclaves, que tendieron a comportarse como sistemas económicos separados del sistema productivo nacional, se dieron también en cierto tipo de plantaciones explotadas por organizaciones extranjeras, sobre todo de productos tropicales. Este tipo de economía de enclave se utiliza como criterio para tipificar a algunos países frente a aquellos en los cuales se ejerció un control nacional sobre el sistema productivo y, por tanto, se dieron otros patrones de integración social y distintos tipo se movimientos sociales.

c) Podemos establecer también diferencias entre algunos países tomando en cuenta las dificultades u obstáculos que en cada uno tuvo el Estado para ir afianzándose de forma completa. En un país con un Estado más consolidado las reformas impactan de manera prioritaria el plano de la institucional y no imponen grandes demandas de represión ni de coacción por parte del Estado. La política educativa es utilizada en ese caso como mecanismo generador de consenso y la conformación de un verdadero sistema educativo se relaciona íntimamente con el grado de poder político y material asumido por el Estado. En países como Argentina, Uruguay o Costa Rica la pronta estabilidad del Estado dio lugar a la creación de un sólido sistema educativo. Por el contrario, en Estados menos consolidados el proyecto de gestión política debió apoyarse más en el ejército y otros órganos represivos que en la educación. Este fue el caso de países como Guatemala o el Ecuador.

d) Finalmente destacamos, como elemento que caracteriza a determinados países iberoamericanos en el siglo XIX, el problema de la influencia de la Iglesia en la sociedad y el Estado, tema que tendrá una decisiva implicación en la política educativa. En algunas zonas de América Latina la Iglesia mantuvo, a pesar del empobrecimiento y subordinación al poder político sufrido con la Independencia, un prestigio popular mucho más grande y decisivo que en otras. Esto sucedió sobre todo en México, Guatemala, Colombia y el Ecuador.

La rivalidad entre Iglesia y Estado fue generalizada en todo el ámbito latinoamericano y fue elemento de discordia entre los grupos oligárquicos. No obstante, estos conflictos no desembocaron en guerras civiles sino en países como México y Colombia, donde estas luchas adquirieron además una dimensión popular. Podemos observar cómo los enfrentamientos entre la Iglesia y el Estado son proporcionales al grado de consolidación adquirido por el Estado, en la medida en que éste está ya en capacidad de asumir las principales funciones sociales que ejercía la Iglesia, entre ellas la educación. Los enfrentamientos entre los grupos oligárquicos, que se perfilan muy claramente en torno al tema de las relaciones entre Estado e Iglesia, se confirmaron como litigios fundamentalmente de índole ideológica y, por ello, susceptibles de desaparecer a medio plazo. Conforme al Estado oligárquico se fue consolidando con la participación de los grupos conservadores defensores de las atribuciones eclesiásticas, éstos dejarían de representar una oposición a ultranza. En países donde esa consolidación política se consiguió muy tempranamente, como Chile, Uruguay o Argentina, el conflicto entre Iglesia y Estado no culminó en guerras ni en confiscaciones de bienes eclesiásticos.

3. La educación como política modernizadora emprendida por el Estado en Iberoamérica
A pesar de la profunda inestabilidad política que siguió a la Independencia de América Latina, desde el comienzo de la gestación de las nuevas repúblicas la educación pública fue un campo propicio para las manifestaciones unitarias, y su implantación se inició aunque de forma intermitente y poco sistemática, con escasos resultados prácticos. La legislación sobre materia educativa fue muy abundante e intensa a lo largo de todo el siglo XIX, y el principio del "Estado docente" se introdujo desde el inicio en las nuevas constituciones políticas. El Estado se atribuyó sin vacilaciones la función educadora.

La existencia de aquellos factores prioritarios para la creación del Estado que antes hemos analizado, así como la necesidad de conseguir una coyuntura económica favorable, retrasaron necesariamente hasta el último cuarto del siglo XIX el desarrollo de los sistemas educativos ya previstos en las primeras Constituciones iberoamericanas. La incorporación de la educación a la esfera de la actuación política la convirtió sin duda en un elemento integrante del proceso de consolidación del Estado y su análisis contribuye a identificar ciertos modos específicos del proceso interno de formación estatal. Lo que nos interesa destacar es que a pesar de las limitaciones evidentes del llamado "Estado oligárquico", a finales del siglo XIX la política educativa constituyó una medida modernizadora constructiva. Si la integración nacional no pudo alcanzarse a través de la propiedad o del derecho al voto, sensiblemente recortado para numerosos grupos sociales, la educación hizo importantes aportaciones para la construcción de la nacionalidad. Por otra parte, se produjo cierta democratización de la cultura, aunque restringida, si se tiene en cuenta que la vida cultural en la época colonial había sido bastante limitada. Asimismo, la educación pública contribuyó decididamente a la secularización de la sociedad. Finalmente, si bien es cierto que las clases sociales inferiores, sobre todo la gran mayoría campesina, se vieron muy escasamente afectadas por las medidas educativas, el desarrollo educativo tuvo sin embargo importantes implicaciones en la emergencia y ampliación de las clases medias.

Como puede observarse, son diversos los aspectos del desarrollo político y social iberoamericano en los cuales el sistema de instrucción pública tendría una incidencia destacada. Nos detendremos en el análisis de tres de esos aspectos, que creemos son de la mayor relevancia, y analizaremos en lo posible las transformaciones de estas funciones del sistema educativo a lo largo del siglo XX.

3.1. La educación en el proceso de formación de la nación

El concepto europeo de Nación como uno de los más controvertidos a la hora de intentar aplicarlo a la realidad de los países iberoamericanos en el siglo XIX. Dado que en América Latina la unidad nacional consistiría prácticamente solo en la centralización del aparato estatal y en una instancia simbólica, y no en el acceso más o menos generalizado a la propiedad o ala participación política, el análisis de la política educativa cobra una enorme relevancia como medio para la generación del consenso.

En la coyuntura de las guerras de emancipación la conciliación de las contradicciones sociales internas debía ceder al objetivo prioritario de erigir el Estado liberado de las ataduras con la metrópoli. En un primer momento, pues, los esfuerzos de los incipientes Estados se dirigieron hacia la eliminación de toda oposición y a extender su autoridad a todas las partes del territorio sobre el cual reclamaban soberanía en nombre de supremos intereses. Son esos factores los que definen en ese momento el carácter nacional de estos Estados. Este carácter nacional se afirma desde dentro por la vía político-militar y con base en las ciudades. Pero también desde fuera las fronteras fueron objeto de negociación y enfrentamientos bélicos que contribuyeron a fortalecer esa incipiente identidad nacional. El idioma, la religión común y la larga tradición colonial eran factores que estaban ahí, dados, como elementos nacionales a la espera de un Estado "coagulante".

Definitivamente, ante el imperativo de afirmar el Estado, se perfiló desde un principio la tendencia a supeditar toda consideración social a la organización estatal: se trataba de fortalecer al Estado a despecho de la incoherencia del tejido social, manteniéndose la preocupación por el igualitarismo casi exclusivamente en el terreno de las ideas. C. Véliz define por ello al centralismo hispanoamericano como "centralismo no igualitario" de carácter preindustrial, contraponiéndolo a otros centralismos resultantes de las Revoluciones Industrial y Francesa, ligados más bien al igualitarismo y al industrialismo. Además, la prioridad de la organización política implicó serios problemas para la consolidación de la nación porque, aunque la función organizadora del Estado se mantenía nacional en lo político, la exclusiva vinculación de la economía al contexto internacional impidió la coincidencia de las formas materiales e ideológicas de la nación. La organización de los Estados iberoamericanos se produce sobre una estructura interna profundamente desigual y heterogénea. En ese proceso, como apuntamos anteriormente, los países que lograron antes consolidar Estados relativamente estables y homogéneos fueron los que ingresaron a la vida independiente con menos lastres pre capitalistas (Chile, Uruguay, Argentina, Costa Rica), mientras que en otros donde esos elementos tenían más raíces y las fracturas de la sociedad habían sido más profundas (Ecuador, Perú, Bolivia), la fase de anarquía posterior a la Independencia se prolongó por un período mucho más largo.

El Estado nacional que encontramos ya relativamente configurado en la segunda mitad del siglo XIX no se perfiló como Estado "supraclasista". La unidad nacional fue la conciliación de varios intereses oligárquicos, conciliación de la cual quedaron excluidos el campesinado, los obreros y artesanos y la baja clase media.

En definitiva, la formación de la nación no se vio propiciada por una amplia participación política ni por factores económicos, ya que se desarrollaron escasamente los mercados nacionales. Por ello habremos de analizar otros factores de índole política e ideológica que dieron pie a un peculiar tipo de naciones y permitieron al Estado erigirse en "síntesis de la sociedad dividida", asegurando su cohesión y su continuidad. La autoridad del Estado se convirtió en homogeneizadora mediante la invocación al interés general de la sociedad y por la transformación de los valores de los grupos oligárquicos en lo que E. Torres Rivas denomina "tradición histórica fundante de la nación".

La transmisión de estos valores integrantes de la identidad nacional se llevó a cabo en gran medida a través de la instrucción pública. Las enseñanzas de corte patriótico y cívico jugaron precisamente el papel de apoyar la construcción de una legitimidad y la cristalización de fermentos de identidad colectiva. De especial interés es este contexto la formulación del concepto de patria, que en última instancia se identificó con la nación. Para construir una legitimidad y un sentido heroico se utilizó el pasado reciente constituido por las revoluciones de Independencia. Igualmente se utilizaron los conflictos limítrofes con otras Repúblicas como elementos para fomentar el espíritu nacionalista. El patriotismo llegó a convertirse en verdadero proyecto nacional. Tal fue su arraigo que incluso en muchos países los grupos medios, en el transcurso de su marcha hacia el poder, lo fueron elevando al nivel de una ideología política superior. Como muestra del papel que cumplió la escuela pública en la transmisión de estos valores, es significativo lo que en torno a 1908 afirmaba un observador extranjero tras un viaje por América del Sur: "El valor educativo de la música es bien entendido y el canto de canciones patrióticas, en especial, forma parte del horario escolar". También resulta ilustrativo en ese sentido el análisis del contenido nacionalista y patriótico de los libros de texto escolares de todo el período independiente.

El establecimiento de los sistemas educativos nacionales contribuyó igualmente a otros aspectos de la integración nacional, ya que la administración educativa que hubo de organizarse contribuyó a reformar el papel del Estado en todo el territorio, así como a integrar mediante la educación a regiones marginales.

Sin embargo, un factor de índole diferente y de mayor importancia para la integración nacional fue la consideración de la educación como medio de homogeneización social y cultura. Todos los países con altos contingentes de población indígena se plantearon medidas para su integración a través del sistema educativo. Prácticamente nada se alcanzó a este respecto en el último cuarto del siglo XIX y hasta la actualidad los logros en este terreno son deficientes. No obstante, la educación pública sigue siendo uno de los factores que más deben contribuir para integrar a estos amplios sectores marginados a los beneficios de la nacionalidad.

A diferencia de lo que sucedió con los grupos indígenas, a finales del pasado siglo revistió una gran importancia la extensión de la educación para la integración a la nacionalidad de los inmigrantes europeos, cuyo volumen fue sobre todo significativo en Uruguay y Argentina. En estos dos últimos países la incorporación de la inmigración fue probablemente causa de una mayor fuerza, homogeneidad e independencia de la clase media.

También es preciso mencionar en relación con el fortalecimiento de la nación, el proceso de secularización del Estado, en el cual estaría enormemente implicada la educación. La instauración de la enseñanza laica en muchos países y, en general, la atribución al Estado de la función educadora frene a las pretensiones de la Iglesia contribuiría de forma decisiva a la secularización de la sociedad y al proceso de institucionalización política. La base religiosa común del catolicismo en toda Iberoamérica no sería cuestionada, más bien cumpliría, de cara a la formación de la nación, una función unificadora. Sólo en los países que atrajeron a grandes contingentes de inmigrantes europeos la secularización se planteó como un problema de tolerancia religiosa. La importancia básica de este fenómeno estribaba en la necesidad de fortalecer al Estado como institución y tendría por ello efectos integradores. Este proceso era inseparable de la necesidad de conseguir un acuerdo básico y una cohesión entre los grupos oligárquicos, cuyo principal enfrentamiento desde la Independencia había sido precisamente la cuestión de las relaciones entre Estado e Iglesia.

3.2. Implicaciones del desarrollo educativo en el surgimiento y desarrollo de las clases medias

A finales del siglo XIX los núcleos urbanos crecieron considerablemente en Iberoamérica como consecuencia de los servicios que requerían el comercio exterior y la burocracia estatal. Ello dio lugar a un significativo crecimiento cuantitativo de ciertas capas medias que vinieron a engrosar a los grupos profesionales liberales, clero secular y grados medios del ejército, entre otros, que constituían las llamadas "viejas clases medias". Poco a poco empezaría a partir de entonces a flexibilizarse el Estado oligárquico y a abrirse un espacio reducido a estos sectores medios surgidos a la sombra de la economía exportadora. Se trató fundamentalmente de empleados asalariados que, al tener reconocido el derecho de ciudadanía, se sintieron parte integrante del sistema oligárquico y se identificaron con su modelo cultural. El derecho de ciudadanía se adquiría precisamente por la educación, que les daba acceso al disfrute pleno de los derechos políticos, y a través de la educación asumieron igualmente el sistema de valores imperante. Fue ciertamente esta clase social la principal beneficiaria de la expansión de los sistemas públicos de enseñanza, y la educación se convirtió en un factor que le permitió ampliar sus bases, a la vez que crear un talante más racional y abierto y una mentalidad secularizada entre sus miembros.

El tipo de crecimiento económico de los países latinoamericanos imposibilitó que esta incipiente clase media pudiera dotarse de una base económica propia y convertirse en una clase productiva. Sin embargo, a partir de 1900 continuó aumentando e incorporando a ciertos sectores comerciales e industriales. Con ello, las clases medias empezaron a constituirse en fuerzas incompatibles con la estructura política excluyente del Estado oligárquico y se vieron afectadas por las crisis económicas iniciadas con la Primera Guerra Mundial. Ello les hizo ganar cierta autonomía política y reivindicaron reformas sociales que paulatinamente debieron ser asumidas por los partidos políticos hegemónicos tradicionales. En pocos países, como en la Argentina ya en 1892, la clase media consiguió en el primer tercio del siglo XX constituir partidos propios que le representaran políticamente. Sin embargo, esta clase iría aumentando su presencia en el sistema educativo, sobre todo a partir del impulso que supuso para todo el continente el Movimiento Universitario de Córdoba (Argentina) en 1918.

En general, la importancia cuantitativa del analfabetismo hacía que la educación se convirtiera en importante factor de ascenso social. A partir de la Revolución Mexicana y con la implantación de algunos gobiernos de signo populista en países como Argentina y Uruguay, empezó a formularse el concepto de Estado Social de Derecho, reconociéndose en las Constituciones los derechos sociales, además de los derechos individuales defendidos por el liberalismo decimonónico. Un derecho social básico sería el derecho a la educación. Ello daría respaldo al acceso de la población a los beneficios de la educación y al consiguiente engrosamiento de las clases medias. El Estado moderno construido después de la Segunda Guerra Mundial en muchos países fue, asimismo, reconociendo ampliamente las garantías sociales (educación, salud, seguridad social, etc.) y amplió significativamente el acceso a la educación pública, potenciando con ello las posibilidades de participación de la clase media en la vida política.

3.3. Contribución de la educación pública al desarrollo económico

La contribución de la instrucción pública a la favorable coyuntura económica del último tercio del siglo XIX fue en realidad escasa. Las medidas que entonces se tomaron en Iberoamérica para fomentar la economía se centraron prioritariamente en la agricultura y el comercio, y en algunos países como Bolivia, Chile y México también en la minería. Este modelo económico no necesitó de una mano de obra especialmente cualificada. Por tanto, fue mínimo el efecto de la extensión de la educación elemental -o del analfabetismo existente- sobre una economía de base prioritariamente agrícola. La contribución de la educación a la economía sería más bien indirecta, a través de la formación de las burocracias y el sector de los servicios que se desarrollaron como requisito para el auge de este modelo económico, afectando, como hemos visto, a la clase media. Aunque en América Latina fue frecuente en esta época la implantación en el nivel secundario de especialidades comerciales y de la enseñanza de idiomas modernos, así como la creación de estudios superiores de Agronomía, Veterinaria y Economía, entre otros, estas modalidades de enseñanza tuvieron poca afluencia de alumnos y la educación secundaria se estructuró prioritariamente como un camino a la Universidad. Los estudios jurídicos, de gran tradición en todo el mundo ibérico, siguieron teniendo la mayor afluencia de alumnos. Ya que la clase media incipiente no surgió vinculada directamente a los procesos de producción, pudo crecer en la medida en que se difundió esta educación pública desvinculada de la economía.

En este contexto no puede pasar desapercibido el problema de la importación de tecnología, que resulta a la vez determinante para entender el problema de la dependencia. Es preciso tener en cuenta el problema del impacto tecnológico de la Revolución Industrial sobre América Latina. A finales del pasado siglo, la importación de tecnología extranjera en Iberoamérica tendría importantes consecuencias para las posibilidades de contribución del sistema educativo al desarrollo económico. La instrucción pública no necesitó involucrarse realmente en la industria ni en la modernización agrícola. La agricultura pudo crecer con el aumento de la superficie cultivada y mano de obra poco cualificada e incluso analfabeta, mientras que para ciertos adelantos en la agricultura y en la minería, así como en la construcción de ferrocarriles, se utilizó mayoritariamente tecnología extranjera.

Según fue avanzando el siglo XX en algunos países se iniciaron procesos de industrialización y diversificación de la economía. La educación fue adquiriendo entonces mayor importancia por su contribución a la formación de la fuerza de trabajo. En las décadas de los años 50 a 70 los Estados latinoamericanos adoptaron de forma muy generalizada y amparados por organismos como la CEPAL (Comisión Económica para América Latina, de las Naciones Unidas) desarrollista, que hacía del Estado el sujeto del desarrollo económico y social. Mediante una estrategia de planificación, este enfoque desarrollista fomentó el intervencionismo estatal a falta de una burguesía nacional, considerando como ejes básicos el desarrollo económico y la democracia política. Dentro de esta nueva concepción de la política, las decisiones educativas fueron entendidas como decisiones de inversión de capital (teoría del capital humano). Ello trajo consigo un creciente interés por la extensión de la educación, no sólo la educación profesional más directamente relacionada con las cualificaciones requeridas por el mercado de trabajo, sino también un incremento general de la educación primaria, así como importantes medidas para la erradicación del analfabetismo.

Esta nueva concepción del Estado, claramente intervencionista, le abocó a incursionar en muchas actividades empresariales y a crecer de manera muy considerable en los últimos cuarenta años. El Estado se convirtió en un importante empleador y sus presupuestos se dedicaron en un alto porcentaje el pago de burocracia. Todo ello ha dado pie a los tan conocidos y alarmantes problemas de déficit público y deuda externa de todos estos países, con el consiguiente deterioro del nivel de vida de su población. Es esta la situación que impone actualmente ajustes a la estabilización desaforada de las décadas anteriores y que ha dado pie a importantes políticas de privatización y de reducción de presupuestos en numerosas instituciones estatales, incluidos algunos sectores de las instituciones sociales como la educación.

4. Observaciones sobre las funciones actuales del Estado en el sector educativo
La crisis económica que ha afectado a América Latina en la última década ha tenido hondas repercusiones en la educación pública, que ha sufrido un considerable deterioro, junto a otros servicios sociales. El gasto público destinado a educación ha sufrido un gran retroceso y como además el peso de la recesión ha caído desproporcionadamente sobre los sectores medios y bajos de la población, ha disminuido la capacidad de las familias para costearse la educación privada. Según ha señalado J.C. Tedesco, se ha producido una interrupción del proceso de incorporación de los hijos de familias de sectores populares a los niveles post-básicos del sistema educativo y, en términos generales, el sector educativo público ha adoptado características cada vez más masivas y el sector privado características cada vez más elitistas. Lógicamente se ha producido también un deterioro de la calidad de la educación. Resulta preocupante el hecho de que la ausencia de posibilidades de aplicar políticas de mejoramiento de la calidad en momentos de tan intenso cambio científico-tecnológico como el actual, implique aumentar sustancialmente el grado de obsolescencia, de aislamiento y de distancia entre los aprendizajes que tienen lugar en la escuela y los aprendizajes socialmente significativos imprescindibles para la participación social.

Estos y muchos otros problemas en el ámbito de la educación pública se producen por el abandono por parte de un Estado en crisis de ciertas funciones que, aunque se pretende que sean realizadas al menos parcialmente por la iniciativa privada, constituyen un cometido específico del sector público y nadie está en condiciones de asumirlas.

En primer lugar, es preciso reconocer que muchos países de América Latina siguen careciendo de una verdadera burguesía nacional, de una clase dirigente identificada con los intereses de la totalidad. Las elevadas cifras de exportación de capitales de toda la región evidencian esa falta de participación de los grupos sociales más poderosos en la integración nacional. Ante la carencia de una clase social capaz de asumir los intereses generales, el Estado sigue teniendo que asumir un destacado protagonismo en muchos aspectos de la vida nacional.

En segundo lugar, las funciones que asumió el Estado en el terreno de la educación desde el origen de los sistemas de educación pública nacionales a finales del siglo XIX siguen estando vigentes, pues los problemas a los que estaban respondiendo no han sido resueltos totalmente o vuelven a presentarse de nuevo en un período de crisis como el que se vive actualmente.

La integración política y social de los países latinoamericanos sigue siendo un problema de primera magnitud. Obviamente ya no se trata en la actualidad de infundir un espíritu nacionalista y patriótico a la sociedad en su conjunto, pero los procesos de democratización política que se están viviendo requieren la creación de una nueva conciencia colectiva basada en el respeto a los derechos humanos, la reconciliación nacional, la paz, la democracia participativa, etc. Por otra parte, la integración de la población indígena y otros grupos marginados, entre otros muchos aspectos de la integración social, siguen generando fuertes demandas sobre la educación pública.
Es preciso continuar con la política de expansión de las clases medias, a cuyo nivel de vida toda sociedad debe aspirar masivamente. Las clases medias son las que suministran estabilidad al Estado, en parte evidentemente por su relación directa con la realización de las tareas encomendadas al Estado. La educación pública debe ofrecer oportunidades educativas que permitan la movilidad laboral y social y que posibiliten el engrosamiento de las clases medias.
La economía de América Latina requiere una educación que incida adecuada y oportunamente sobre la cualificación de la fuerza de trabajo. No obstante, los problemas de integración que acabamos de mencionar, que siguen sin resolverse desde que se consolidaron los Estados nacionales o se han agravado por la crisis de los últimos años, no permiten reducir la educación a una cuestión de meras necesidades de cualificación que podrían ser fácilmente asumidas por entidades privadas. Las necesidades de integración social y de reforzamiento de la conciencia de la identidad nacional son tareas que entendemos como eminentemente públicas y que, como hemos intentado demostrar, tienen una fuerte tradición estatal. La integración de los países latinoamericanos en mercados más amplios, que es una de las soluciones que se plantean para la solución de la actual crisis, debe pasar necesariamente por la integración interna de unas sociedades aún profundamente desarticuladas.




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POSTURAS IDEOLOGICAS EN AMERICA LATINA

Con los precedentes históricos señalados, ¿no hay suficientes razones para seguirse confundiendo entre tantos partidos y movimientos? ¿Hay una izquierda y una derecha claramente definidas? ¿Vale la pena seguir utilizando estas categorías de análisis político?

En la práctica sabemos que no todos los que se confiesan públicamente con una ideología específica responden en la práctica a ella, y que ha habido importantes corrimientos ideológicos cuando se ha aceptado que la toma del poder por un gobierno o un líder revolucionario no necesariamente garantiza una mejor sociedad.

A pesar de todas las confusiones creadas, hay un fundamento para seguir sosteniendo la dicotomía tradicional de estas categorías políticas de izquierda y de derecha, pero hay que darle su contenido práctico en cada localidad, aunque dentro de cada espacio local surgen no siempre dos posiciones contrapuestas sino decenas de movimientos, líderes y partidos entre los cuales pueden darse numerosos conflictos y alianzas. El análisis coyuntural, por tanto, tiene que pesar más que los principios declarados por los líderes y las interpretaciones ideológicas sobre los postulados teóricos; se tiene que hacer continuamente un análisis histórico coyuntural para ver quién puede ofrecer y llevar a la práctica determinadas metas que en algo ayuden a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los habitantes.

Aparte de la opción por seguir sosteniendo la validez de ciertas diferencias fundamentales entre la izquierda y la derecha, debido a la persistencia de los corrimientos ideológicos y la delimitación de fronteras, me parece importante concluir con la propuesta empírica de Pasquino. Aunque cualquiera pueda reconocerse con afinidad por una de las dos posturas (o varias más, cuando se desglosan otros adjetivos como “moderada” o “extrema”), hay que reconocer que no es deseable el llegar a una situación permanente e indefinida de dominación de un determinado grupo social en cualquier gobierno y por ello, en vistas de una gobernabilidad democrática, habría que admitir siempre la posibilidad de alternancia conforme al sentir de la población, con reglas determinadas y confiables. “Sólo si la derecha y la izquierda tienen perspectivas efectivas de gobierno y temores igualmente efectivos de perder el gobierno a través de procedimientos de alternancia democrática tratarán entonces de controlar y conducir los procesos de globalización” (Pasquino, 2004). Aunque, como él mismo lo señala, habría que poner determinados condicionantes: “Derecha e Izquierda, tanto en el gobierno como en la oposición, tienen la gran oportunidad de garantizar la gobernabilidad democrática si, primero, actúan de manera responsable, o sea, si aceptan la responsabilidad por las decisiones que toman; si, segundo, se enfrentan por las políticas y no por los valores y tampoco, salvo excepcionalmente, por las reglas constitucionales; tercero, si no son muy distantes, si no se polarizan; si, cuarto, permanecen en el terreno estrictamente político y no utilizan ni intentan movilizar recursos extras o anti políticos; si, quinto, pueden alternarse periódicamente en el gobierno y aprovechan esa oportunidad..” (Pasquino, 2004).

De esta manera, resulta razonable que, aunque haya que apasionarse por alguna de las opciones políticas en relación al funcionamiento de la sociedad, hay que encontrar una manera de gobernar que permita la alternancia: cualquier gobierno deberá ser transparente y estar supeditado a diversos controles, en especial a los resultados electorales confiables, después de ciertos períodos fijados por las leyes de cada país. Izquierda y derecha, entonces, más allá del ofrecimiento ideológico de sus posturas a partir de sus propios valores, tendrán que ser juzgados por su práctica política, supeditados a un proceso posible de alternancia periódica; nunca podrá ser valedero que un gobierno se siga imponiendo por tiempo indeterminado, con el pretexto de que la población ignora qué es lo que conviene a sus intereses colectivos. En las reglas básicas del proceso democrático, la izquierda y la derecha deben tener consensos fundamentales para una gobernabilidad democrática.

CONCEPTO DE AMERICA

La mayoría de los historiadores y geógrafos está de acuerdo en que existen dos unidades geográficas diferenciables: la América anglosajona y América Latina. Las diferencias fundamentales entre ambas están determinadas por aspectos lingüísticos, históricos, culturales, sociales y políticos. Mientras el territorio que comprende la América anglosajona fue conquistado y colonizado -esencialmente- por ingleses, franceses y otros grupos provenientes del centro y norte de Europa, el territorio de la América Latina fue colonizado -en su mayoría- por españoles y Portugueses. Esto marcó diferencias de lenguaje: en la anglosajona, predomina el inglés; en la latina, predominan el español y el portugués. Junto con la herencia cultural que determina el lenguaje, también, se manifiestan diferentes visiones del mundo, actitudes y creencias, que generan diferencias con la parte que se denomina anglosajona. A esta América diferente, los historiadores y geógrafos le han designado el nombre de América Latina como una manera de establecer los rasgos distintivos entre una y otra América.

Con gran frecuencia, se tiende a definir a América Latina de acuerdo a consideraciones de tipo geográfico. Por esta razón, algunos destacan que América Latina es el conglomerado de países que componen México, América Central (incluyendo Belice) América del Sur incluyendo Brasily las Guyanas y algunas islas del Caribe, tales como Cuba, La Española y Puerto Rico. De hecho, la inclusión de países como Belice, las Guyanas y otras islas del Caribe no hispano en el entorno latinoamericano, ha sido significativamente cuestionada entre algunos historiadores, porque éstas presentan características que rompen con los patrones que -generalmente- se utilizan para justificar la unidad latinoamericana. Belice (Honduras Británica) fue colonia inglesa, y su idioma oficial es el inglés, el cual no proviene del latín ni se constituye como herencia de una cultura latina. Esta peculiaridad -también- es compartida por casi todas las Antillas Menores, las Bahamas, Jamaica y Guyana. Además, se unen a este grupo Aruba y Surinan, en donde se habla varios idiomas, con predominio del holandés. Sin embargo, su posición geográfica, su población y muchas formas de conducta cultural las acercan al conglomerado de los países latinoamericanos.

Sin embargo, podemos señalar que la definición más generalizada destaca que América Latina es un continente que posee una tradición, historia, lengua, cultura y religión comunes, y cuya característica más significativa es el mestizaje. El término "América Latina" apareció por primera vez en 1836, en Francia. Fue acuñado por el francés Michel Chevalier, con el fin de establecer las diferencias, en aquellos momentos, entre América del Norte y América del Sur. El uso del término se expandió rápidamente, y fue aceptado por los recién independizados territorios latinoamericanos, pues representó el reconocimiento de una América distinta de España, Europa y los Estados Unidos de América. Por diversas motivaciones e intereses, España no aceptó la utilización del concepto, y prefirió continuar utilizando los términos Hispanoamérica e Iberoaméricapara referirse a lo que hoy denominamos América Latina. Sin embargo, para los latinoamericanos, la utilización del concepto ha servido, hasta nuestros días, como elemento aglutinador, es decir, como elemento que ha dado unidad e identidad a un pueblo. Desde 1836 hasta el presente, sus alcances se han ido ampliando, y alude a una realidad mucho más abarcadora que la diferenciación entre América del Norte y América del Sur.

En resumen podemos decir que Hispanoamérica es el nombre que se da al conjunto de naciones americanas que hablan español e Iberoamérica el nombre con el que se denomina a la parte de América colonizada por España y Portugal.

LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA

Las nociones de libertad y nacionalismo surgieron, en América Latina, para fines del siglo XVIII. Antes de la independencia, el pueblo latinoamericano adquirió conciencia de las diferencias existentes entre las metrópolis y los territorios coloniales, y, con esta toma de conciencia, comenzó a manifestarse el sentimiento patrio y de identidad nacional. El concepto libertad adquirió gran significado con el nacionalismo, y la lucha por la libertad y la preservación de la identidad nacional se convirtieron en los estandartes de los pueblos latinoamericanos. El incipiente nacionalismo contribuyó, pues, a cuestionar el orden colonial prevaleciente. Estas posiciones de las colonias engendraron serias divergencias con las metrópolis, lo que contribuyó a allanar la ruta hacia la independencia.

En el proceso de lucha, las colonias vieron surgir un gran número de figuras heroicas que dejaron su huella en el desarrollo de una nueva identidad nacional. Los criollos, respaldados por mestizos, mulatos e indios, lograron sustituir los poderes metropolitanos, y asumieron el mando. El reto mayor fue lograr la integración de los nuevos estados recién creados, pero para esto era necesario algo más que un fuerte deseo de libertad.

LA INFLUENCIA DE LA ILUSTRACION, LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS Y LA REVOLUCION FRANCESA

Las ideas de la Ilustración, la Guerra de Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa ejercieron gran influencia en los territorios coloniales de España en América. Gracias a la Enciclopedia de Diderot, las ideas de la Ilustración fueron muy estudiadas entre los sectores educados de Latinoamérica, en especial, por miembros del clero y la burguesía criolla de Hispanoamérica. En estos sectores sociales, las ideas de libertad, igualdad, progreso y soberanía entre otras corrientes se difundieron rápidamente, así como las ideas de Rousseau, Bayle, Mostesquieu, Voltairey Rainal. Sin embargo, la mayoría de la población no entró en contacto con estas corrientes de pensamiento debido a factores como el analfabetismo y la fuerte censura prevaleciente contra todo aquello que representara un peligro para el Estadocolonial. No obstante, las medidas establecidas por España no impidieron la expansión de las nuevas tendencias filosóficas y políticas.

La Guerra de Independencia de los Estados Unidos es ejemplo de la gran influencia que tuvieron las ideas de la Ilustración en América. A su vez, también, tuvo un gran impacto en el pensamiento político latinoamericano, y sirvió de modelo para las colonias hispanoamericanas. Por ejemplo, la Declaración de Independencia y la Constitución de Estados Unidos fueron los modelos para la Constitución de Venezuela, de 1811. Latinoamérica vio a Estados Unidos como la encarnación de la libertad y del republicanismo, ambos, postulados de la Ilustración.

La Revolución Francesa fue otro producto de la Ilustración. Sin embargo, por el contrario de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa tuvo un impacto negativo en las colonias hispanoamericanas. Su postulado de igualdad entre todos los hombres no era compatible con los intereses económicos de la clase criolla dominante. Estaban de acuerdo en la igualdad entre los miembros de su propia clase, pero no la igualdad del criollo con los indios, negros, mestizos y mulatos. Por esta razón, las ideas presentadas por la Revolución Francesa no fueron bien acogidas por los sectores dominantes de la sociedad colonial.

Sin embargo, la Revolución Francesa tuvo gran impacto en el Santo Domingo francés. El ambienterevolucionario y los cambios radicales que prevalecieron en Francia se hicieron patentes en la colonia, que se convirtió en escenario de una violenta revuelta de esclavos. Como la violenciase extendió desde Haití hasta las masas de esclavos de Venezuela, los criollos rechazaron con horror las doctrinas revolucionarias francesas, y prefirieron tomar otro modelo más cercano a sus intereses y a su territorio: el modelo norteamericano.

PRELUDIO A LA GUERRA DE INDEPENDENCIA: CAUSAS

La Ilustración sirvió de justificación ideológica para las guerras de independencia latinoamericanas, pero no fue exactamente la causa que la originó. Varias circunstancias inciden para provocar este acontecimiento:

•El fuerte controlde los Borbones en todos los aspectos de la vida de las colonias.
•El desarrollo de la burocracia como signo de centralización de las funcionesadministrativas de la colonia, lo que originó la pérdida de las libertades municipales.
•La exclusión de los criollos de los cargos públicos (con el fin de minimizar su poder).
•Un desarrollo económico fundamentado en la dependencia.
•Los altos impuestos.
•La falta de recursos para mantener el imperio (España no tenía una adecuada fuerzamilitar y tampoco producía lo suficiente para satisfacer las demandas y necesidades económicas de sus colonias.).
Estas situaciones desencadenaron gran tensión y malestar entre los distintos sectores de las colonias hispanoamericanas. Sin embargo, los indios, los negros y los mulatos fueron los más afectados, pues resultaron oprimidos, además, por la clase criolla dominante.

ANTECEDENTES DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA

Ante la agobiante situación social, y desde mediados del siglo XVIII, se desarrollaron serias convulsiones internas que pusieron de manifiesto la lucha de clases y la decadente administración colonial. Algunos de los movimientos más significativos son los siguientes:

•La rebelión de los comuneros del Paraguay, un movimiento de origen económico y político dirigido a combatir el poder de los jesuitas, quienes controlaban la Economía colonial, y regulaban el trabajo indígena. La protección de los jesuitas hacia los indios provocó choques con los terratenientes, quienes querían tener dominio sobre las tierras dominadas por los jesuitas, e interesaban tener acceso a la mano de obra guaraní. Por esta razón, los terratenientes se levantaron en rebelión contra el dominio de los jesuitas.
•El lanzamiento de Clatayud, en Cochabamba,un alzamiento mestizo y urbano contra la tributación obligada a indios y mestizos. Aunque se estableció el pago de tributosa todos los sectores sociales, éste recaía más sobre los indios. En un intento de equiparar estos pagos, el gobierno español determinó que los indios y mestizos, debían pagar lo mismo. Esta accióndel gobierno colonial puso de manifiesto las diferencias sociales entre indios y mestizos y, por esta razón, los mestizos urbanos se alzaron contra el tributo.
•El levantamiento de los hermanos Catari, un levantamiento contra los abusos de los cobradores de tributo y el repartimiento.
•La revuelta contra la Compañia Guipuzcoana de Caracas, un levantamiento de la aristocracia latifundista contra el monopolioejercido por esta compañía, y el. control absoluto sobre el precio de los productos, lo cual afectaba el desarrollo económico de los comerciantes criollos.
•El alzamiento indio de José Gabriel Tupac Amaru, contra los abusos de la mita y del trabajo obligatorio. Este se proclamó emperador del Perú, y declaró abolidos los repartimientos y la mita. Los indios en la mita tenían pésimas condiciones de trabajo, pues ésta implicaba largas horas de trabajo con sólo una hora de descanso. También, estaban mal alimentados, y la coincidencia de circunstancias provocó una. alta incidencia de mortalidad. Además, produjo el despoblamiento de regiones indígenas, por la emigración de trabajadores que huían de la mita.
Todos estos alzamientos fracasaron por falta de organización técnica y de armamentos militares.

EL CONFLICTO POLITICO ESPAÑOL Y LA CRISIS DE LEALTAD

La Invasión napoleónica a España se considera la causa precipitante de la guerra de independencia. La invasión francesa representó -para España- la pérdida de la unidad monárquica ya que los reyes Carlos IV y Fernando VII fueron obligados a abdicar la corona en favor de José Bonaparte. Con la ocupación francesa, el imperio español enfrentó una aguda crisis internacional e interna: las colonias americanas reafirmaron su lealtad al rey de España, Fernando VII, y -siguiendo el ejemplo de España- en Venezuela, Cuba, Puerto Rico, Chile y otros territorios coloniales, se establecieron juntas que juraron lealtad a la Junta de Sevilla. A pesar del apoyo inicial, en América, ya comenzaba a perfilarse una crisis de lealtad: ¿a quién serían leales? ¿al rey o a la Junta? Ante la ausencia del monarca, ¿tenía España poder sobre las colonias? ,la élite criolla de México determinó que, ante la ausencia del rey, España no tenía ningún derecho que ejercer sobre América.

Basándose en el principio de que la soberanía radicaba en las instituciones criollas, las colonias comenzaron a tomar sus propias determinaciones políticas, lo que, implícitamente, representó una separación de España. En 1810, Caracas estableció la Junta Suprema de Caracas, compuesta por miembros de la élite colonial y del Consejo Municipal. Aunque la Junta declaró su lealtad al rey, no obstante, determinó controlar y gobernar la colonia sin la autorización del gobierno español. Era evidente que la élite colonial no estaba dispuesta a acatar la autoridad metropolitana en unos momentos en que, claramente, se reflejaba la debilidad del imperio español. Por consiguiente, la élite criolla aprovechó la coyuntura internacional y la debilidad de España para declarar la independencia.

GUERRA DE INDEPENDENCIA: LUCHA ARMADA. GUERRA CIVIL, GRUPOS Y HEROES NACIONALES

La Guerra de Independencia de los pueblos hispanoamericanos fue cruenta, encarnizada, y puso de manifiesto las luchas internas de poder entre la élite criolla. La clase dominante se fraccionó en distintos grupos de poder: patriotas realistas, centralistas, federalistas, moderados, liberales y conservadores. Por ejemplo, en Chile, el Congreso Nacional estaba dividido en grupos: moderados e independentistas (encabezados por Bernardo O'Higgins). En Venezuela, el Congreso Nacional mostró, también, diferencias entre los grupos políticos, sin embargo, los grupos a favor de la independencia dominaron. Francisco de Miranda y Simón Bolívar(ambos independentistas) organizaron, en 1810, la Sociedad Patriótica, con el fin de lograr la separación. Venezuela declaró la independencia en 1811, y redactó una constitución que adoptó la forma de gobierno republicano y federal, similar a la Constitución de Estados Unidos. Los conflictos internos y la movilización de las fuerzas españolas sofocaron y suprimieron la Primera República de Venezuela. Ante el fracaso venezolano, y las pocas posibilidades de lograr el apoyo de Nueva Granada para la recuperación de Venezuela, Bolívar decidió exilarse en Jamaica.

En México, los sectores populares más afectados por las luchas entre criollos y peninsulares fueron los indios y los mestizos. Ante las pésimas condiciones sociales y económicas del campesino indígena, el padre Miguel Hidalgo se levantó en rebelión, en 1810. El Grito de Dolores inició la guerra de independencia de México. Este movimiento era esencialmente indígena y campesino, y careció del apoyo de los sectores dominantes como la iglesiay la élite criolla. Ante la derrota y muerte de Hidalgo, en 1811, José María Morelos retomó la lucha armada. Para 1813, éste convocó el Congreso de Chilpancingo, y planteó la independencia absoluta de México. La causa libertaria de Morelos quedó truncada, en 1815, al ser capturado y ejecutado.

En la región de La Plata ( Buenos Aires), la lucha entre criollos y peninsulares se vio afectada por otra fuerza externa que ejerció presión sobre la región: Inglaterra. En los años de 1806 y 1807, La Plata fue ocupada por Inglaterra. Esta ocupación provocó una crisis en la administracióncolonial, pero, también, estimuló el espíritu nacionalista de los porteños, y puso de relievela fragilidad del imperio español. La única colonia en Sur América que mantuvo la adhesión y lealtad a España fue Perú. Razones de tipo social y racial contribuyeron a este hecho: la clase criolla peruana prefirió mantener la lealtad a España ante el temor de una alianza entre los mestizos y los indios, que eran numéricamente superiores a ellos, pues dicha alianza podía poner en peligro sus intereses económicos y sociales.

En el Caribe, Puerto Rico y Cuba también permanecieron leales a España. Sin embargo, en ambas islas, comenzó a perfilarse un movimiento a favor de la independencia. En Puerto Rico, por ejemplo, hubo una gran simpatía hacia la causa libertaria, y el pueblo puertorriqueño se negó a participar militarmente en contra de los hermanos latinoamericanos. Ante la solidaridad manifiesta de Cuba y Puerto Rico a la guerra de independencia, España decidió reforzar el sistema represivo en las islas con el fin de evitar levantamientos revolucionarios, y logró retener las islas.

Las colonias centroamericanas también se rebelaron contra España. De hecho, la primera provincia en declarar su independencia fue El Salvador. Al contrario de México, la rebelión centroamericana fue fundamentalmente elitista, y tuvo poca participación de los sectores populares. En 1823, el reino de Guatemala-compuesto por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica- declaró la independencia y en 1824,se organizó la República Federal Centroamericana. No obstante, la República Federal Centroamericana enfrentó serias dificultades que la llevaron finalmente al rompimiento que dio origen a las naciones que conocemos hoy. Para 1815, parecía que el movimiento independentista de las colonias españolas había fracasado. En 1816, las fuerzas expedicionarias de Pablo Morillo reprimieron con dureza a Nueva Granada y Venezuela. A pesar de la reacción antirevolucionaria, comenzaron a resurgir fuerzas de resistencia, como las guerrillas. El movimiento independentista renació con el gran triunfo de la batalla de Boyacá, con el cual se liberó Nueva Granada, y se proclamó la formación de la República de la Gran Colombia, compuesta por Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Bolívar encargó la tarea de libertar al Ecuador al general Antonio José de Sucre, y ésta se completó en 1822.

Mientras la lucha bolivariana se recrudeció en el norte de Sur América, en Chile, las fuerzas realistas dominaban la región, y correspondió a José de San Martínla liberación de este país. En la batalla de Chacabuco, de 1817, San Martín derrotó a los españoles, pero fue en la batalla de Maipú cuando San Martín logró la independencia de la región. El triunfo revolucionario en Chile permitió el establecimiento de un gobierno encabezado por O'Higgins, y con su apoyo, San Martín preparó la campaña para conquistar Perú. En ese mismo año, Agustín de Iturbide, en México, proclamó el Plan de Iguala, que declaró la independencia de México. El encuentro de Bolívar y San Martín se produjo en Guayaquil. Como resultado de la entrevista, San Martín renunció a sus cargos, volvió a Chile, y emigró definitivamente a Europa, Bolívar recurrió a Sucre para la liberación del Alto Perú. La batalla de Ayacucho puso fin a las guerras de independencia, y, con la independencia del Alto Perú, nació Bolivia.

Al contrario de las guerras de Independencia de las colonias españolas, la independencia de Brasil no fue tan devastadora. Brasil se convirtió en la sede del gobierno portugués cuando Napoleónocupó Portugal, y esta presencia fue importante en el desarrollo de la colonia: Río de Janeiro creció y se fortaleció económicamente, y Portugal permitió reformas económicas en Brasil que beneficiaron a los comerciantes brasileños. En el aspecto político, Brasil era regido como un estado autónomo; no obstante, en 1820, se produjo, en Portugal, un levantamiento que exigió la convocación a cortes y el retorno del rey Joao VI. Ante el retorno del rey, las cortes propusieron revocar el gobierno autónomo de Brasil, y esta situación provocó que el heredero al trono de Portugal, Pedro de Braganza -radicado en Brasil- se pronunciara en contra del gobierno de Portugal. Este determinó levantarse en rebelión, declaró la independencia, y se convirtió en el primer emperador de Brasil.

EFECTOS DE LA GUERRA

La lucha por la independencia tuvo serias implicaciones en los recién independizados territorios: la independencia no aseguró el fin de las guerras civiles, y los conflictos regionales se agudizaron luego de la guerra. Las tensiones sociales y raciales prevalecientes durante la guerra polarizaron las sociedades de los nuevos países. El poder político de las naciones independizadas fue débil, y promovió el desarrollo del caudillismo. Aunque la guerra terminó con el monopolio español, las naciones latinoamericanas quedaron a merced de la influencia económica de Estados Unidos e Inglaterra, que dominaban el mercado atlántico. Esto representó un problema adicional, pues el fuerte desarrollo económico de los norteamericanos resultaba demasiado competitivo para los países recién independizados. Además, en ellos, prevalecía un clima de confusión, desorganización e inestabilidad. El Congreso de Panamá no contó con el apoyo de todos los países Latinoamericanos. Luego de la independencia, las naciones latinoamericanas atravesaron serias dificultades de tipo político y económico que más bien generaron la disgresión de los estados. Además, las potencias extranjeras -como Estados Unidos- veían con gran recelo la unidad latinoamericana, pues podía poner en peligro sus intereses sobre la región. Estas razones explican, en gran medida, por qué el Congreso de Panamá, de 1826, no logró su cometido, y el sueño bolivariano de la confederación de los nuevos estados americanos quedó inconcluso.

Después de la independencia, Guatemala buscó apoyo en México como aliado para poder mantener la oligarquía en el poder. Gabino Gaínza declaró su anexión a México e inmediatamente, Iturbide envió un ejército al mando del general Vicente Filísola, que fue muy bien recibido en la capital del reino. Pero se produjo una disensión: El Salvador se sublevó contra los mexicanos, y el ejército de Filísola se dirigió hacia aquella provincia, a la cual pudo someter. A la caída de Iturbide, Filísola volvió a Guatemala, donde la situación había cambiado, y se encontró muchos más partidarios de la separación de México y de una independencia total. Propuso convocar un congreso para decidir lo que había de hacerse. El congreso, reunido el 24 de junio de 1823 en Guatemala, declaró la independencia total. El reino de Guatemala pasó a llamarse Provincias Unidas de Centroamérica, y se nombró un gobierno provisional de tres miembros, encabezado por el doctor Pedro Molina, con la misión de redactar una constitución.

Cuando se redactó la constitución, de influencia norteamericana, en noviembre de 1824, el país pasó a llamarse República Federal Centroamericana. Esta estaba formada por cinco estados, que tenían, a su vez, poderes ejecutivos, legislativos y judiciales completamente autónomos dentro de sus límites territoriales. Las luchas de las oligarquías provinciales para mantenerse en el poder, y la de todos contra el intento centralizador de Guatemala, donde residía el gobierno nacional, llevaron a la disolución de la federación. El presidente, Manuel Arce, y el gobernador de cada provincia (en Costa Rica, Juan Mora Fernández; en Nicaragua, Manuel Antonio de la Cerda; en Honduras, Dionisio Herrera; en El Salvador, Juan Vicente Villacorta; en Guatemala, Juan Barrundia), todos ellos pertenecientes a la oligarquía terrateniente, organizaron gobiernos provinciales fuertes y poco a poco fueron separándose del gobierno central. Nicaragua, Honduras y Costa Rica se declararon independientes en 1838, Guatemala, en 1839, y El Salvador se independizó en 1841.

LOS COMIENZOS DE LA VIDA INDEPENDIENTE

Al concluir el siglo XIX, América Latina quedó dividida en 19 naciones y unos territorios incorporados, inmersos en un proceso de formación de nacionalidades que se caracterizará por la violencia que generará la política de los recién nacidos países, en torno a asuntos tales como la anarquía, los gobiernos dictatoriales y la definición de fronteras. Prácticamente todos los países latinoamericanos, menos Brasil, tendrán conflictos de esta naturaleza. La inexperiencia política de los criollos, junto con las luchas civiles y la ambición imperialista de otros países, propiciará la intervención continua de potencias extranjeras como los Estados Unidos e Inglaterra. Esta intervención será el precio que habrá que pagar por irse incorporando a la economía mundial, y al capitalismo europeo, en especial, con Inglaterra.

Al concluir el proceso de liberación, cada una de las nuevas naciones se inició en el ejercicio de la vida independiente en circunstancias muy variadas. Por ejemplo, México sobresale por la complejidad y variedad de los problemas que tuvo que enfrentar, análogos a los que sufrió durante su vida colonial. Además, su posición geográfica lo coloca en una situación conflictiva, pues es, también, la frontera norte de América Latina, y el punto más propicio para la penetración de los países que quisieron apoderarse del control que había perdido España. En otros países, los procesos fueron menos intensos, más localistas, o más uniformes.

PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA VIDA INDEPENDIENTE

Durante el siglo XIX, los gobiernos de los países recién independizados se vieron influidos por las fuerzas militares, la sucesión dinástica en el gobierno, las técnicas de gobierno no delimitadas, los golpes de estado, el exilio de los ciudadanos más capaces, y el constante fracaso de las constituciones

En el momento de tomar las riendas de los nuevos estados americanos, el elemento criollo no estaba preparado para dirigir el país. Las guerras de independencia fueron encabezadas por hombres dedicados a la carrera militar, que dominaban las técnicas de mando pero que -apenas- poseían cualidades o principios de administración pública. Como consecuencia de sus victorias militares, controlaron las masas populares, y fueron convirtiéndose en caudillos del pueblo, como Simón Bolívar y José de San Martín. Hubo líderes buenos y malos, pertenecientes a todas las clases sociales, del pueblo o de la clase alta, pero todos con algo en común: su preocupación por la patria. La mayoría de las veces, empezaron luchando por causas nobles, aunque terminaran imponiendo su voluntad, por fuerza o por doctrina, para mantenerse en el poder.

El dictador, por lo general, llegaba al poder después de derrocar el régimen existente. Las dictaduras toman auge en América Latina en las postrimerías del siglo XIX.

La diferencia entre ambos líderes, el caudillo y el dictador, estriba en la forma en que llegan al poder: el caudillo recibía el apoyo de las masas del pueblo, era un líder natural, y tenía grandes sectores del pueblo incondicionalmente a sus órdenes. Por el contrario, el dictador era un líder que se apoyaba en las fuerzas militares para ejercer el control de la región. Su gobierno, tiránico y totalitario, menospreciaba o ignoraba el poder legislativo. Tanto uno como el otro promovieron inestabilidad política durante los años posteriores a la independencia.

La única excepción fue Brasil ya que, una vez logró su independencia de Portugal, llevó una vida pacífica libre de dictaduras durante todo el siglo XIX. Esta situación permitió al país iniciar una vida independiente más productiva que la de otras regiones. Como resultado, el desarrollo económico que alcanzó el país durante el siglo XIX fue más sólido.

BIBLIOGRAFIA

•Enciclopedía Ilustrada Cumbre, 25ta edición, 1984
•Enciclopedía Autodidactica Quillet, 26ta edición, 1985.
•Rodríguez, Angel. "América Latina: Tierra de Contrastes". Ediciones Santillana, Pto. Rico. 1992.



LUIS HERMAN BETANCUR AL VAREZ
ISABEL CRISTINA GIRALDO QUINTERO
SANDRA MILENA MELAN CUERVO
YENNY ALEXANDRA CARDONA LARGO
DOCUMENTOS DE APOYO EXPOSICIÒN

v AMERICA LATINA Y EL CARIBE COMO REGIÓN
v ¿ES AMÉRICA LATINA UN SISTEMA REGIONAL?